Ana María Matute tenía ayer en el Ritz el aire de una condesa exiliada. De negro, con bastón, el pelo blanquísimo y la ironía algo melancólica. Confesó pronto que la llamada del ministro Molina anunciándole el Premio Nacional de las Letras le llegó en horas de desánimo, tras cuatro meses fastidiada por una fractura de fémur que le retraso el paso y la novela Paraíso inhabitado , a la que solo le faltan "algunos capitulillos" y que llegará en primavera a las librerías con la banda que certifique el premio.

Matute aseguró que los 30.000 euros serán "para la vida", porque ya no tiene caprichos y está "bien atendida" por su hijo Pablo. Pero lo que no le faltan son ganas de escribir. "Estoy lo suficientemente loca como para tener, a mis 82 años, un montón de proyectos". Pero de su nueva novela soltó poca prenda. "En ella hay algunos detalles de mi infancia, pero no es autobiográfica como dicen algunos".

Más allá de lamentar la pérdida de un audífono, no estaba la autora para alegatos. "A mí lo que siempre me ha importado es escribir, ser feliz escribiendo", subrayó. Es, dijo, su forma de estar en el mundo, "el salvavidas en muchos momentos difíciles". Contó que escribe por las mañanas, en una máquina eléctrica, y que lo deja por las tardes, que son "para hacer siestas, soñar o estar con los amigos". Y luego está la lectura, su compañía.