Decir que Noche loca es muy superior a otras comedias matrimoniales de acción recientes no es necesariamente decir que es una buena película. Significa que no es un insulto, como Exposados, ni un test de resistencia, como ¿Qué fue de los Morgan? , en buena medida porque, a diferencia de gente como Sarah Jessica Parker o Gerard Butler, Tina Fey y Steve Carell son actores realmente divertidos, y así lo han demostrado especialmente en formato televisivo.

En parte, ese es el problema: Fey y Carell han saltado a la fama, respectivamente, gracias a Rockefeller Plaza y The office , dos sitcom inteligentes y sofisticadas, y aquí se ven obligados a hacer chistes con las palabras pene, vagina o puta como si ésa fuera la quintaesencia del humor y el ingenio.

La otra pifia atribuible al director Shawn Levy, cuyo currículo incluye muestras de alta comedia como Doce en casa o La pantera rosa 2 , es la falta de foco. Noche loca pretende ser una meditación de alcance acerca del matrimonio, pero también cine de acción y delirio slapstick y comedia de relaciones y canto pacato a los valores familiares. Por eso, cada vez que los actores amenazan con desarrollar auténtica energía cómica, el guión los aboca a una sucesión arbitraria de tiroteos y persecuciones y diálogos desatinados y gags que confunden tamaño y volumen con ingenio, como la secuencia en la que ella se hace pasar por stripper y él finge ser su chulo. Contemplar de esa guisa a dos figuras cómicas tan brillantes es un espectáculo lamentable. Una sucesión de tomas falsas que acompañan los créditos finales sugieren qué distinta habría llegado a ser esta película si Levy hubiera dejado que Fey y Carell simplemente improvisaran.