Dado que las adaptaciones de videojuegos suelen ser terribles, que Prince of Persia: Las arenas del tiempo destaque sobre sus predecesoras no es un gran mérito. Después de todo, ha costado más dinero y, también por eso, es obvio que el productor Jerry Bruckheimer trata de dirigirse no solo a quienes tienen consola sino también a quienes piensan que PSP son las siglas de un partido político. Usando el método que tan bien le funcionó en Piratas del Caribe --localizaciones exóticas, duelos de espadas, toques sobrenaturales--, se propone entretener a todo dios.

Para ello ha escogido sabiamente crear una nueva historia en lugar de seguir la del videojuego, y la premisa narrativa, en la que Dastan (Jake Gyllenhaal) se halla en el centro de un complot asesino, es manejada con destreza por el director Mike Newell. A partir de entonces, sin embargo, los acontecimientos se vuelven previsibles y los giros narrativos se quedan atascados en diálogos expositivos.

Esos intercambios y las referencias a la política --Irak y las armas de destrucción masiva-- habrían convertido Prince of Persia en un amorfo guirigay de no ser porque no hay forma de que la película resulte relevante o provocadora en modo alguno. No pretende ser tomada en serio.

En cualquier caso, es en las secuencias de acción donde a Prince of Persia se le acumulan los problemas. En primer lugar, acusan exceso de montaje. En segundo, Bruckheimer y Newell parecen haber olvidado que, como los mejores filmes de acción demuestran, la mejor manera de inyectar tensión es dotar al héroe de vulnerabilidad. Y el mayor defecto de Dastan es que uno nunca siente que su vida, su chica o su peinado estén en peligro.