Que Steve McQueen presentó ayer en San Sebastián su última película es una afirmación tan cierta como engañosa. Porque el protagonista de ´Bullitt´ murió hace 30 años, pero el aclamado videoartista que se hace llamar como él --ganador del Premio Turner en 1999-- lleva medio año dando de qué hablar gracias a ´Hunger´, la obra que le proporcionó la Cámara de Oro en Cannes y que ayer, presentada fuera de concurso, volvió a dejar a prensa y al público con la boca abierta.

Sobre el papel, ´Hunger´ recrea las seis últimas semanas de Bobby Sands, miembro del IRA que murió a causa de una huelga de hambre en la prisión norirlandesa de Long Kesh en 1982 --otros nueve huelguistas lo siguieron a la tumba--. Es, por un lado, una exploración de los derechos que les fueron negados a los presos republicanos de la época, y, por otro, una reflexión sobre la tragedia autodestructiva de esos hombres. McQueen, pues, no toma partido.

La situación descrita, de tensión increíble y casi surreal, borra la humanidad de presos y celadores por igual: contemplamos largos planos de los corredores inundados por la orina que fluye bajo las puertas de las celdas o la laboriosa limpieza de las paredes de las celdas, llenas de excrementos.

Esas escenas sirven para explorar temas políticos, sí, pero es difícil considerar Hunger cine político. Para McQueen, la política es solo el catalizador de un estudio mucho más personal e intrépido sobre el drama de individuos que se sacrifican en pos de una causa. Un canto a la fortaleza. N. SALVA