La amplia y reconocible galería de personajes que encierra la narrativa de Miguel Delibes, una veintena de novelas forjadas en el medio siglo que circula entre La sombra del ciprés es alargada (1948) y El hereje (1998), testimonia una literatura de profundo calado y sentido humanista.

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Tan sólo dos novelas precisó Miguel Delibes -"¡La sombra del ciprés es alargada (1948) y Aún es de día (1949)- para despojarse de su inicial estilo recargado y ampuloso, y cobrar un pulso literario que no abandonaría ya a pesar de la variedad de géneros que abordó y de determinados experimentos narrativos que no desdeñó.

Encontró la senda en su tercer libro, El camino (1950), que escribió en apenas tres semanas y donde sentó las claves de su universo literario: un evidente pesimismo hacia la condición humana y la defensa de algunas de sus principales víctimas que alineó entre los niños, los mayores, los seres desvalidos y la propia naturaleza que gravita en sus narraciones y también en el resto de su obra.

La novelística de Miguel Delibes limita en sus albores con Pedro, el tierno protagonista de La sombra del ciprés es alargada (1948) que su madre deja en régimen de pupilaje en la ciudad de Ávila, y su último eslabón es Cipriano Salcedo, quien paga en la hoguera su osadía heterodoxa como evocó el escritor vallisoletano en su último relato, El hereje (1998).

En el medio queda una de las galerías de personajes más ampliamente reconocida, estudiada e identificada por la crítica y los lectores, como así lo acredita la elevada cifra de tesis doctorales, estudios y ediciones de sus libros.

Las aventuras de Daniel "El Mochuelo", Roque "El Moñigo" y "Germán el Tiñoso" componen en El camino (1950) un hábitat de ternura, candor y amistad en uno de tantos escenarios rurales donde Delibes ambientó sus ansias creativas, y donde también aparece la muerte como una de las constantes de toda su producción.

Otros conocidos personajes infantiles que utilizó el escritor como puntos de partida para sus relatos fueron "El Nini", el niño sabio de Las ratas (1962) que habita en una cueva y que interpreta a la perfección los designios de la naturaleza; "El Senderines", quien se enfrenta solo a la muerte en La mortaja (1970); y "Quico", el benjamín de una familia dividida ideológicamente en El príncipe destronado (1973).

El mutuo consuelo de dos almas solitarias y golpeadas, las del viejo Don Eloy y de la doméstica Desi, subyace en La hoja roja (1959), mientras que en las desdichas familiares y laborales de Paco "El bajo", de Los santos inocentes (1982), simboliza el narrador sus denuncias contra el sistema agrario y social franquista.

En la misma línea de crítica política y social ubicó Miguel Delibes Mi idolatrado hijo Sisí (1953) y Cinco horas con Mario (1966), donde a través de Cecilio Rubes y de Menchu, respectivamente, caricaturizó la mediocridad de las clases media y burguesa que florecieron durante el régimen franquista.

La mirada compasiva, tierna y devota hacia los seres más desvalidos utilizó así el novelista para acuñar una obra comprometida, transparente y universal centrada en el hombre, y donde también se dejan entrever aspectos de la vida personal y profesional del creador.

Uno de los álter ego más conocidos de Miguel Delibes fue el bedel Lorenzo, que utilizó en sus tres Diario de un cazador (1955), Diario de un emigrante (1958) y Diario de un jubilado (1995) para dar cuenta, con el envoltorio de una ficción, de circunstancias y aconteceres más propios del articulismo y del ensayo, que también cultivó con tanta profusión como éxito.

No obstante, el tono más autobiográfico de la obra novelística se percibe con nitidez en 377-A. Madera de héroe (1987), donde rememoró el Valladolid de su infancia a través de Gervasio de Lastra; y en Señora de rojo sobre fondo gris (1991), dedicado a su mujer y madre de sus siete hijos, Ángeles de Castro, con quien se casó en 1946 y que falleció en 1974.