Pocas canciones grabó tan dolientemente hermosas como aquella que decía "Algo se me fue contigo, madre...". Sin embargo, apenas la cantó sobre los escenarios. Le era imposible no contener el llanto.

Algo se nos ha ido también con Rocío. La canción española vivió en su voz una de sus mayores transformaciones: la copla desembocó en un género más baladístico, transoceánico, menos ligado a la tierra que surcan los ríos. Y ella parecía cantar en ese tramo de agua que todavía no es mar, donde perpetuamente brama la corriente como si siempre arreciara el temporal.

"Se fue como una ola", decía otra canción, y ésta nunca faltaba en sus maratonianos conciertos. Paradójicamente, su más emblemática melodía era de las que más se apartaban de su estilo habitual, con ese aire de musical anglosajón tan característico de las composiciones de Herrero y Armenteros. Aunque más que de su estilo, habría que hablar de sus estilos: copla, flamenco y melódica de hondo arraigo andaluz.

De Chipiona al cielo

Rocío Mohedano Jurado nació el 18 de septiembre de 1944 en Chipiona (Cádiz). Su padre, un zapatero buen aficionado al arte jondo, murió cuando era todavía una adolescente y la familia se vio abocada a la pobreza. Entre empleo y empleo, no dejaba de cantar. Ganó tantos concursos radiofónicos que llegaron a llamarla la niña de los premios y soñaba con ser un día tan famosa como Rocío Dúrcal, a la que adoraba.

En busca de ese éxito fue a Madrid casi sin dinero, aunque, como buena folclórica, acompañada por su madre en todo momento. Se matriculó en la academia del maestro Quiroga y empezó a trabajar en el tablao El Duende, donde compartió noches de cante y gloria junto a mitos del calibre de Bambino, Mairena o Terremoto de Jerez.

El cine le dio su primera gran oportunidad en 1963, con un papel en Los guerrilleros al lado del entonces ya consolidado Manolo Escobar. Ese mismo año también debutó en teatro, en el Calderón de Barcelona. Iba como promesa en la compañía de El Príncipe Gitano, quien cantaba una zambra titulada Tengo miedo . Tan poca gracia le hacía poner en duda su macho valor que, cuando Rocío le pidió permiso para grabarla antes, él se la cedió sin pestañear. Fue su primer gran éxito, ese miedo, esos temblores de agonía que hoy nos vuelven a estremecer.

La naturaleza fue generosa con ella, tanto en su belleza física como en la titánica grandeza de su voz. Y la vida le puso al encuentro de los mejores compositores de la época. León y Solano pulieron el diamante y le regalaron piezas tan esplendorosas como Un clavel , Con ruedas de molino o Ten cuidao , recuperada recientemente por Mayte Martín.

¿Cantante o cantaora? Rocío Jurado podría presumir de ser las dos cosas. Y con mayúsculas. Del mismo modo que cualquier flamenco ha cantado alguna vez alguna copla, no hay folclórica que se precie que no se haya atrevido con algún palo de la baraja jonda. Pero su caso era diferente. Rocío cantaba por derecho lo que le echaran, y aunque solo fuera por esas coletillas en las que en directo reconstruía por bulerías cada canción (sin palmas, sin instrumentos, a veces incluso sin micrófono), ya debería figurar en cualquier antología flamenca.

Música y cine

Hasta 1976 alternó su ascendente carrera musical con el cine, que abandonó después de protagonizar La querida . Como película no fue mucho mucho más relevante que las anteriores, pero propició su primer encuentro musical con el gran Manuel Alejandro. Cuando le preguntan al mítico autor jerezano por el trabajo del que se siente más orgulloso, no lo duda: sus discos para Rocío Jurado, con piezas como Se nos rompió el amor, Señora, Si amanece, Como yo te amo, Mi amante amigo, De ahora en adelante, Paloma Brava, Ese hombre...

Versos como "hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo" la convirtieron en un mito erótico muy diferente de esos que tanto camparon durante la transición. Era como si la España eterna de peineta y misa diaria se hubiera soltado la melena. "Jamás duró una flor dos primaveras", decía otra de esas melodramáticas canciones. No en su caso. Durante 35 años fue a más. El espectáculo Azabache la coronó en 1992 como reina de la Expo de Sevilla y por entonces incluso volvió a la gran pantalla. La Lola se va a los puertos fue otro fiasco cinematográfico que dio sustanciosos frutos en lo musical, al iniciarse una relación con tótems neoflamencos como Ricardo Pachón y Diego Carrasco que continuaría en su últimos gran disco de canciones inéditas, Con mis cinco sentidos , de 1998.

Desde entonces grabó poco: éxitos a gran orquesta, un fallido disco para México, unos dúos casi póstumos y poco más. Y no porque menguaran sus facultades. Al contrario. Su muerte es una pérdida en todo el sentido de la palabra. Le quedaba mucho y muy bueno por hacer. A diferencia de tantos artistas, sus cualidades interpretativas nunca palidecieron: mantenía su huracanado fiato pero, como buena flamenca, ganaba jondura con la edad.

Prolongaba sus arrebatadas actuaciones horas y horas. Se dejaba querer por los aplausos. Disfrutaba sobre el escenario y regalaba siempre bises fuera del guión. Inexplicablemente, una de sus mejores creaciones (la versión por bulerías del Qué no daría yo que le compuso Perales) sigue inédita en disco.

Cuando Jesús Quintero ofició su última entrevista, ella dijo que Manuel Alejandro le había prometido un repertorio para grabar a su regreso de Houston que nunca llegó. Quintero quitó hierro: "El maestro puede tardar, pero siempre llega", vino a decir. "Esta vez me temo que ya no", replicó ella entre risas. Ayer, esas palabras parecieron cobrar otro estremecedor sentido.