Me encanta verte tocar.

Se lo dije cuando llevaba ya muchos conciertos a cuestas, cuando teníamos la suficiente confianza como para compartir una cena el día antes de que muriera mi padre, como para elegir yo el restaurante y lo demás, hablar de viajes, amigos, música que no soportamos aunque el canon la haya elevado a los altares, para reírnos y preguntarnos por la vida que importa, que siempre es la personal, y para que, paseando por San Francisco (el de Badajoz) me descubriera a gente como Leszek Mo?d?er. Se llama Krzysztof Wisniewski y es la tercera generación de una familia de violinistas. Es, también, solista en la Orquesta Nacional de España y en la de Extremadura, que es como su segunda casa, hace también las labores de concertino.

Su hija se llama Roxana Wisniewska y supongo que también nació sosteniendo el arco de un violín.

La he visto actuar gracias a ese invento maravilloso que es Youtube. Roxana nació en Valladolid hace ahora 22 años. Cuando salga publicado esto, ya la habré visto tocar en persona. Lo hace también hoy en Plasencia, a las 20.30 horas, con la Orquesta Joven de Extremadura dirigida por Álvaro Albiach, en el palacio de congresos. Es la primera vez que Albiach dirige a la OJEx (sí lo ha hecho integrada en la orquesta titular; no en solitario). Además, el concierto de Plasencia es especial, porque se integra en las actividades del Año Sorolla y se va a estrenar la pieza Un lienzo musical extremeño, compuesta por Alicia Terrón, profesora en el Conservatorio Profesional de Música García Matos. En el programa, además, dos obras de Antonín Dvo?ák: el Concierto para violín en la menor, op.53, que interpretará Wisniewska, y la Sinfonía del Nuevo Mundo.

Hace casi un lustro, tuve esa música en bucle varios meses. Por lo visto, John Williams se inspiró en ella para la banda sonora de Tiburón. En el New York Herald (por entonces estaba viviendo en esa ciudad fascinante) escribió: «En realidad no he utilizado ninguna de las melodías de los nativos americanos. Simplemente he escrito temas originales que incorporan las peculiaridades de la música indígena y usando estos temas como sujetos, los he desarrollado con todos los recursos del ritmo, el contrapunto y el color orquestal modernos».

Yo de música no entiendo, pero la escucho interpretada por la New York Philarmonic Orchestra y, cuando la oigo, viajo de nuevo por esos paisajes brutales de América del Norte, por esa voluptuosidad, hacia el río Hudson, hacia los valles, y me acuerdo también de cuando quise ver ballenas en Canadá pero acabé viéndolas en Argentina. Y de John Ford.

También me acuerdo de John Ford y de The Searchers y de ese monstruo que es John Wayne y de cómo se puede construir un personaje tan complejo como él y de cómo al final se queda solo porque ha de quedarse solo.

Ahora que estamos juntos todo va mejor.

Ford nos metía en el salón de una casa en el Oeste. Wajdi Mouawad nos mete en otra familia, de generaciones, una madre que no puede cumplir una promesa, una abuela, una amiga que quiere aprender a escribir, una hija, una nieta, un nieto, otro más cuyo parentesco es doble, un amigo que es testigo y albacea.

A veces las vidas se rompen del todo.

«Esta noche la infancia es un cuchillo que me acaban de clavar en la garganta».

Siempre hay un hecho que marca el final de la infancia. Una mudanza, una muerte. Lo contó muy bien Emmanuel Guibert en La infancia de Alan. Lo cuenta también Mouawad, que habla, entre otras cosas, de los amores truncados, de que muchas veces amar no es suficiente, del horror, de la infinita crueldad de la que son capaces los hombres normales, del miedo que dan algunos descubrimientos, que nos impelen porque no somos capaces de sustraernos a ellos aunque sepamos que a menudo, en la amistad, en el amor, en el resto de las cosas, somos a menudo más felices por la ignorancia que por el conocimiento.

«No puedo permitirme callar en el asunto de Ayotzinapa. Después de lo sucedido, nada debe volver a ser como antes. La humanidad no puede seguir alimentando el silencio que contribuye a soslayar y olvidar estas tragedias. Ese invisible muro de silencio que con tanta frecuencia se va construyendo después de la denuncia inicial de un hecho abominable. Ese silencio que funciona, lamentablemente, como reemplazo de la verdad».

¿Recuerdan qué pasó en Ayotzinapa hace tres años, cuando murieron una decena de personas y 43 estudiantes acabaron desaparecidos en México? Eso lo escribió Rubén Blades, al que debemos himnos tremendos como la canción Desapariciones o Pedro Navaja o El cantante. Coque Malla le rindió homenaje en un disco, a este tipo necesario. Con Coque también crecimos, antes y después de los hechos que marcaron el final de la infancia. Al final, nuestra vida está hecha de todo eso: de lo que pasa en ese tiempo que no se detiene como se detiene cuando vemos conciertos, obras de teatro, palabras en un libro.

Coque Malla. Viernes, 1. 21.00 horas, Gran Teatro (Cáceres)

‘Incendios’. Sábado, 2. 19.30 horas. Gran Teatro (Cáceres)