Este año, cosa rara, no había manifestantes con pancartas en la puerta de la gala de los Premios Goya ni nadie que anduviera repartiendo pegatinas reivindicativas para lucirlas en la alfombra de la entrada. ¿Para qué, habiendo hashtag? Bastó que alguien lanzara un señuelo en Twitter a media tarde pidiendo el boicot de la fiesta del cine español para que el tan traído y llevado desapego del público hacia el celuloide nacional alimentara canutazos, debates y murmullos en los minutos del paseíllo.

“Qué miedo da esa gente”, suspiraba Eduardo Casanova con cara de susto. “Los 'haters' del cine español siempre van a estar ahí, pero dudo que el público deje de ir a ver nuestras películas por ellos, la gente es más lista”, apuntaba Antonio de la Torre. Abundaban las miradas de desprecio y los resoplidos cuando se sacaba el tema y en los corrillos de periodistas se discutía si sería mejor dejar de preguntar sobre el boicot para no dar pábulo al cobarde linchamiento virtual. No hacía falta, el tema salía solo, pero Dani Rovira zanjó el asunto dándole la vuelta a la campaña: “Felicito a los que han lanzado ese 'hashtag', porque gracias a ellos hay más gente que se ha enterado que hoy es la noche de los Goya”, celebraba el presentador de la ceremonia.

LOS RESULTADOS, Y RAJOY

Aparte de para lucir palmitos y sacar a pasear los mejores trapos de la temporada, el momento de la alfombra sirve para que la familia del cine saque pecho de la cosecha y ajuste cuentas con la hemeroteca reciente. Este año, la gala de los Goya no empezó anoche, sino el día que Mariano Rajoy afirmó en una entrevista que nunca va al cine, que él es más de quedarse en casa leyendo libros. Buena cosa había dicho, no hacía falta más mecha para tener el incendio desatado.

El inquilino de la Moncloa fue, más que ninguna campaña de boicot, el principal destinatario de los dardos que se lanzaron en la alfombra. “Es surrealista que un presidente de Gobierno diga lo que dijo, increíble, patético”, afirmaba muy serio Roberto Álamo. “Me parece terrible. Que se organice la agenda, que hay tiempo para todo”, proponía Bárbara Lenine. “Ya que no sale a la calle, que al menos vea nuestras películas y se enterará de la realidad que no quiere ver”, ahondaba Carmen Machi. Alejandro Amenábar iba más allá y clamaba contra la gestión cultural del Gobierno. “Me parece irresponsable que se dediquen a desmantelar una industria como el cine, que ayuda a crear marca España”, sentenciaba el realizador.

La otra reivindicación ardiente de la noche no tuvo que ver con la política, sino el propio cine, o más concretamente con un dato del cine: solo el 20% de las películas españolas tiene a un mujer como protagonista. Lo soltó Cuca Escribano, que llegó a la gala ataviada con una pashmina en la que había bordado el lema: “Más personajes femeninos”. “Yo solo pido que se hable de esto”, suplicaba la actriz.

Su reclamación fue suscrita por todas las intérpretes que desfilaron sobre la alfombra y hasta el propio Pedro Almodóvar dijo que había encontrado las películas de este año “demasiado testiculares”. La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, se sumó a la queja y pidió “más historias de mujeres mayores como yo”. Fue imposible conocer la opinión al respecto del ministro del ramo, Íñigo Méndez de Vigo: pasó como una bala sobre la alfombra sin pararse a hablar. Se quedó sin escuchar el recado que el cine tiene para su jefe.