Mel Gibson añade otra muesca a la andadura cinematográfica de Jesucristo. Polémica, como casi todas: la preceden la visión poética de un marxista --El evangelio según San Mateo , de Pier Paolo Pasolini--, la lectura hippy en clave musical --Jesucristo Superstar , de Norman Jewison-- o el retrato de tintes humanistas --La última tentación de Cristo -- pintado por un exseminarista católico, Martin Scorsese, y escrito por un calvinista, Paul Schrader.

¿Qué novedades aporta la película realizada, producida y coescrita por Mel Gibson? Una especie de realismo lacerante en relación a todo lo que se refiere al martirio, flagelación, humillación y crucifixión de Cristo.

Al parecer, La Pasión de Cristo es fiel a lo que reflejan las escrituras, pese a que Gibson ha buscado elementos en otros textos, lo que invalidaría parcialmente esa fidelidad sacra. Además de leerse de cabo a rabo los cuatro evangelios, Gibson y el guionista Benedict Fitzgerald (nombre religioso con apellido de lo más literario) se han basado en los relatos de una monja que describió sus visiones de la crucifixión. Han añadido igualmente la ambigua figura de Satanás, interpretado por una actriz (Rosalinda Celentano) de mirada enigmática y movimientos sinuosos.

La película narra las últimas 12 horas de Cristo, desde que es detenido por los soldados judíos en el Monte de los Olivos hasta que el cielo derrama una lágrima espesa por la muerte del hijo de Dios, con una breve coda de su resurrección. El relato es cronológico y tan sólo queda interrumpido por una serie de cortos flashbacks que, lejos de informar sobre aspectos de la vida de Cristo, se limitan a pincelar algunas de sus sensaciones en forma de evocaciones de los no tan lejanos momentos de felicidad: un breve instante de su infancia, fragmentos del sermón de la montaña, la entrada en Jerusalén, la última cena.

En este sentido, cabe decir que el filme de Gibson es cualquier cosa menos didáctico. Quien no sepa casi nada de la pasión y muerte de Cristo va a salir del cine más o menos igual. A María Magdalena (Monica Bellucci) no se la llama nunca por su nombre ni se nos dice nada de su vida como prostituta, mientras que el nombre de Poncio Pilatos (Hristo Naumov Shopov) permanece siempre en el anonimato; Pilatos, que por supuesto se lava las manos para desentenderse de la muerte del hombre que hace peligrar los cimientos del poder judío, no es más que un representante político.