Debieron haberlo bautizado como José de Sousa, que así se llamaba el varón que lo engendró, pero el funcionario en el registro civil añadió por cuenta propia el mote con que se conocía a la familia en el pueblo: los saramago. Ese es el nombre en portugués de una planta crucífera similar a la que en castellano se llama jaramago, un rábano silvestre, una hierba mala que brota al borde de las cunetas, un forraje basto que sirvió de sustento en tiempos de hambre.

Aunque la familia se trasladó pronto a Lisboa, el único premio Nobel portugués hasta la fecha pasó largas temporadas en su aldea natal de Azinhaga, en la provincia de Ribatejo, al cuidado de los abuelos, que, de tan pobres, cuando llegaba el invierno y las heladas congelaban el agua de los cántaros, se llevaban a los lechones más débiles de la camada al calor de la cama por puro instinto de supervivencia. Una infancia descalza, de campesinos sin tierras ni libros. Esos mismos abuelos lo alimentaron con las raíces del idioma, las leyendas rurales de transmisión oral y la devoción por la fantasía y los sueños. Siendo ya el escritor un hombre hecho y derecho, la abuela le dijo: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir-" Una mujer analfabeta y a la vez sabia que intuyó el consuelo de la belleza.

Puede que el recuerdo de esa niñez de estrecheces, en que la madre empeñaba las mantas las primaveras con la esperanza de recuperarlas al arreciarar los primeros fríos, templara el espíritu rebelde de un hombre que se apuntó a todas las causas perdidas.

Era consciente de meterse en batallas que no podía ganar y él mismo se definió como "mosca cojonera del poder". En los últimos tiempos, la globalización, Chiapas, el Sáhara y Palestina: armó tremendo revuelo cuando, durante un viaje a Cisjordania en 2002, equiparó la actitud del Estado hebreo con Auschwitz.

Se hizo miembro del Partido Comunista en 1969, cuando todavía era clandestino en Portugal, y abrazó la Revolución de los Claveles, Gr ndola, Vila Morena, que derrocó la dictadura salazarista. El contragolpe que sobrevino poco después le dejó sin trabajo en el Diário de Notícias, aunque quizá fue una contingencia providencial porque le permitió consagrarse a la escritura sobreviviendo con algunas traducciones.

Nadie es profeta en su tierra. En 1991, cuando llevaba cinco años casado con su segunda mujer, la periodista Pilar del Río, Saramago trasladó su residencia a Lanzarote después de que el gobierno portugués vetara su presentación al Premio Literario Europeo de ese año cediendo a las presiones de la Iglesia católica. Al otro lado de la frontera la decisión no sentó bien. El escritor António Lobo Antunes le reprochó que se autodefiniera como "exiliado" cuando en Portugal ya existía una democracia, confesó en ´Conversaciones con Lobo Antunes´, de María Luisa Blanco. Nunca se llevaron bien las dos mejores voces de la literatura portuguesa contemporánea.