Mientras vagaba por el Aviñón del régimen de Vichy, en la Francia ocupada por los nazis, Françoise Frenkel se topó con una anciana que le ofreció sidra. Entró en su casa y se la sirvió «en una copa de oro y plata», regalo de un papa de la ciudad a uno de sus señores. «Esa copa era bendita y tenía el poder de preservar a su dueño de la peste. También la preservará a usted del enemigo», le dijo la dama a la librera judía. Y quizá la magia funcionó, pues sobrevivió al nazismo y publicó su única obra conocida en la Suiza de 1945: Una librería en Berlín (Seix Barral), rescatado del olvido en un mercadillo de Niza en el 2010 y aupado y prologado en Francia por el nobel Patrick Modiano, en una nueva edición.

Con el título original de Rien où poser sa tête (Ningún sitio donde descansar), por el prólogo de Frenkel sabemos que lo escribió entre 1943 y 1944, en Suiza, donde se refugió de la persecución nazi tras lograr cruzar clandestinamente, al tercer intento, la frontera. Pocas cosas se saben de su vida tras ello, pero se supone que volvió a Niza, donde murió en 1975.

Ya en la primera página se desvela letraherida desde niña. Estudió en París y tuvo claro que sería librera, y lo fue, fundando la primera librería francesa de Berlín en 1921, La Maison du Livre. Y la convirtió en lugar de paso obligado para escritores como Gide, Colette, Maurois o Nabokov, ofreciendo charlas, presentaciones...

Ni una palabra del marido

Modiano revela que, gracias a un estudio de Corine Defrance sobre la librería, se sabe que Frenkel la dirigía con su marido, un tal Simon Raichenstein, de quien ella no dice una palabra en su libro. Él, judío ruso, huyó a Francia en 1933 y fue deportado en 1942 a Auschwitz, donde murió. Ella no dejó Berlín rumbo a París hasta 1939, ante la inminente guerra y la persecución judía.

Pasó su última noche en Alemania «velando los libros», despidiéndose de ellos en la librería, donde ante «la agobiante atmósfera de los últimos años» sus clientes iban a «reposar su espíritu y respirar libremente». En el alféizar de su ventana, recuerda, se sentaban los «fanáticos» de las SA durante sus rondas nocturnas «entonando himnos que magnificaban la fuerza, la guerra, el odio, la venganza...». «¡Qué noches de insomnio y de inquietud!».

Gracias a la investigación de Modiano y a sus editores de Gallimard existen algunas pistas de Frenkel. Quizá las más curiosas sean el recibo del guardamuebles de París donde consignó el baúl en el que guardó lo poco que pudo sacar de Berlín, con el sello de incautación de la Gestapo como «posesión judía», y del que ella habla en el libro; el inventario de su contenido -piezas de ropa, efectos personales y dos máquinas de escribir- y la reclamación que tramitó tras la guerra: en 1960 fue indemnizada con 3.500 marcos.

Pese a la curiosidad que despierta su figura, Modiano opina: «¿En realidad hace falta saber más? No lo creo. La gran singularidad de Una librería en Berlín procede justamente de que no podamos identificar a su autora de una manera precisa [...]. Ese testimonio de la vida de una mujer acorralada entre el sur de Francia y la Alta Saboya durante la ocupación es más impresionante cuanto más anónimo nos parece».

Frenkel ofrece su testimonio «para que los muertos no sean olvidados» y lo dedica a «los hombres de buena voluntad que, con una valentía inagotable, opusieron la voluntad a la violencia y resistieron hasta el final». Gentes, que pese a la mezquindad de tantos en la Francia de Vichy, donde «la propaganda alemana hizo estragos», la ayudaron aunque ello significara poner en peligro su vida.