Hacer real lo irreal y creíble lo imposible. Ése ha sido durante 50 años el oficio de Reyes Abades, fallecido ayer a los 68 años de un infarto. Su maestría, rigor e imaginación le brindaron 9 premios Goya y la oportunidad de trabajar con todos los grandes, desde Buñuel a Almodóvar, de Saura a Guillermo del Toro.

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Nacido en Castilblanco (Badajoz) en 1949, Abades tuvo una infancia dura en el seno de una familia humilde; se vio obligado a trabajar desde los ocho años y a emigrar, primero a Francia y a Bélgica, para acabar en Madrid, solo, con 16 años.

Sus primeros recuerdos del cine, según ha contado en entrevistas, se remontan a su pueblo. El pequeño Abades iba al cine cada fin de semana y se preguntaba cómo era posible que el tipo que había muerto un día a balazos o al que le cortan la cabeza, al siguiente estuviera otra vez tan campante sobre su caballo.

Al llegar a Madrid conoció de forma casual a Manuel Baquero, pionero de los efectos especiales y creador del primer taller especializado, para responder a la demanda de las producciones americanas que empezaban a llegar a rodar a España en los años 50.

Fue así como empezó a trabajar en películas como "100 rifles", "Cromwell" o "Patton". En 1979 se lanzó a crear su propia empresa y su primer encargo fue "El corazón del bosque" de Manuel Gutiérrez Aragón. Le siguieron "Navajeros" de Eloy de la Iglesia, "Deprisa, deprisa" de Saura y así hasta los 274 créditos que figuran en su biografía.

El primer Goya lo ganó con "Ay Carmela" (1990), en la que consiguió que fuera invierno en pleno verano. Repitió con "Beltenebros" un año después, y siguió sumando en "Días Contados", "El día de la bestia", "Tierra", "Buñuel y la mesa del rey Salomón", "Lobo", "El laberinto del fauno" y "Balada triste de trompeta".

Su aprendizaje fue permanente a lo largo de toda su carrera, ya que el oficio y los cambios tecnológicos así lo exigían, y consistía en aceptar un reto y superarlo, en una época en la que no existían estudios reglados en su campo.

Entre los mayores desafíos de su trayectoria, Reyes Abades solía mencionar el rodaje de "El Dorado" en Costa Rica, la más ambiciosa producción de Saura, que contaba las aventuras de un soldado español durante la expedición en busca de la ciudad de oro.

Para ello tuvieron que construir barcos que parecieran del siglo XVI, trabajar en el agua, simular hundimientos, y todo en medio de una gran tensión en un país sin experiencia en grandes rodajes, y con disputas entre Saura y su asistente de dirección.

Pero a nivel de efectos especiales individuales, el más complicado de su vida fue el encendido del pebetero olímpico en Barcelona 1992 mediante el lanzamiento de una flecha retransmitido en un único plano secuencia.

"En el cine siempre puedes tener un as en la manga, pero en un evento en directo, la mentira se descubre fácilmente", decía.

Estuvo a punto de tirar la toalla, otros lo hicieron antes que él. De hecho, el encargo le llegó sólo tres meses antes de la inauguración de los juegos olímpicos. Finalmente, el truco funcionó y para él supuso un antes y un después en su carrera.

También se jactaba de que en toda su carrera, nunca tuvo un accidente. "Soy muy pesado con la seguridad", decía. Y eso que ha filmado explosiones, derrumbamientos de edificios, saltos al vacío o escenas míticas como la de Santiago Segura y compañía colgando del letrero de Schweppes de la Gran Vía en "El día de la bestia".

"Alex de la Iglesia siempre te lleva a los límites", aseguraba.

Este sábado, Abades podría sumar el décimo Goya de su carrera. Está doblemente nominado, por "Oro" de Agustín Díaz Yanes y "Zona hostil", de Adolfo Martínez.

Incluso puede que el año próximo repita, ya que ha trabajado en tres títulos importantes que se encuentran en fase de postproducción: "El hombre que mató a don Quijote" de Terry Gilliam, "El reino" de Rodrigo Sorogoyen y "Tiempo después" de José Luis Cuerda.

Su testigo lo tomarán sus hijos, que han aprendido con él el oficio y heredarán la empresa que creó.