El actor icónico del Hollywood de los años 80 y 90 pasó por España para presentar Norman, el hombre que lo conseguía todo, la celebrada película de Joseph Cedar (Pie de página, Beaufort) sobre un conseguidor de favores judío cuya existencia da un vuelco cuando un político al que ayuda se convierte en primer ministro de Israel.

-¿En qué momento se propuso seriamente ser actor? Antes, en rueda de prensa, ha dicho que lleva ya casi 50 años haciendo este trabajo…

-Sí, tenía 19 años cuando empecé. Siempre he disfrutado haciendo esto, incluso siendo un niño o un adolescente. Con 18 años encontré trabajo en el Eugene O’Neill Theatre de Nueva York. Participé en seis o siete obras, todas ellas buenas. Se hacían deprisa, había presión, así que aprendí mucho. Ese verano conocí al director del Seattle Repertory Theatre, quien me pidió que fuera con ellos. Fue entonces cuando, definitivamente, la interpretación se convirtió en mi vida.

-¿Echa de menos los días en los que había más películas de medio presupuesto? Esos filmes dirigidos dentro de la industria por grandes autores, con historias para adultos… Ahora mismo son una rareza.

-No estoy seguro de lo que me está preguntando. Creo que todas mis películas han tenido siempre menos presupuesto de la media, bastante menos. No creo que haya hecho ninguna película con un gran presupuesto.

-Me refiero a que hoy en día, en Hollywood, parece que solo se hacen o bien películas de enorme presupuesto o de un presupuesto tirando a microscópico.

-Oh, bueno, pero no pasa nada, esas películas de pequeño presupuesto son las mismas que antes se hacían por más dinero. Las rodamos con menos dinero y en menos días. Las cuatro o cinco últimas películas que he hecho han sido independientes. Invisibles (Oren Moverman, 2014) se rodó en apenas 21 días. Fue una película difícil de hacer. Y un presupuesto más grande tampoco la habría hecho mejor. Debía hacerse de forma rápida, brusca, con pocos medios. Tenía que parecer algo que hubieses encontrado en el suelo. Disfruto haciendo estas películas no manufacturadas, sino encontradas.

-Norman es un personaje muy distinto al que acostumbraba a hacer en el pasado. ¿Con la edad ha encontrado posibilidades más diversas de desarrollar su talento?

-Para mí, cada papel es, en realidad, una construcción. Cada personaje tiene su proceso de pensamiento, sus motivaciones, se mueve de una manera, viste de una manera. En ese sentido, todos los personajes son iguales. Un personaje como Norman Oppenheimer es completamente único. Nunca he visto un personaje así. Y la película es también su propia bestia, es un filme muy difícil de etiquetar en términos de género.

-¿Puede explicar un poco más por qué le atrajo este personaje?

-En general pasan dos cosas cuando me siento atraído hacia un proyecto. Debo enamorarme del personaje, esa cosa misteriosa que no sabes por qué te pasa y te da energía. Después te vuelves algo más racional respecto a ello, igual que cuando te enamoras. Necesito estar un poco asustado, también. No saber exactamente cómo voy a hacerlo; o incluso si puedo hacerlo.

-¿Tiene usted alguna película favorita personal que le gustaría defender?

-La que me viene a la cabeza es una película llamada La gran estafa, que creo que es de lo mejor que he hecho.