El número de cámaras que se instalan en la sala de conferencias de prensa de la Berlinale es proporcional al interés que suscita la película. Ayer no cabían. No era para menos. Robert de Niro presentaba The good shepherd (El buen pastor) , su segunda incursión como director tras su debut en 1993 con Una historia del Bronx , y hasta ahora la única película que ha despertado interés en este certamen.

La entrada de De Niro fue apoteósica. Aplausos imparables. A su lado, Matt Damon y Martina Gedeck apenas podían disimular la emoción. Angelina Jolie, la coprotagonista, no pudo asistir a causa de la reciente muerte de su madre.

El buen pastor se adentra en la génesis de la CIA, cuando, tras la segunda guerra mundial, la agencia de espionaje reemplaza a la Office of Strategic Services, que no fueron capaces de prever el ataque japonés en Pearl Harbor. El relato tiene su eje en Edward Wilson (Damon), un personaje de ficción que se mueve dentro de coordenadas reales: el contraespionaje en la guerra fría ante la amenaza soviética.

La película recorre, en casi tres horas, tres décadas de la vida de un inteligente universitario de Yale, un patriota capaz de sacrificarlo todo, incluso traicionar, por el pueblo americano. Su ingreso en la CIA comporta poder, pero también una desconfianza total en su entorno, una soledad terrible y la muerte de cualquier deseo emocional. De Niro, de 63 años, dice que no quiere divulgar mensaje político. "No es una crítica, es una invitación a que cada espectador haga su propio juicio".

HIJO DE LA GUERRA FRIA Nueve años le ha llevado levantar este proyecto, pero tiene claro que le va a dedicar muchos más. "Mi intención es rodar una trilogía sobre la CIA. La segunda comenzará donde acaba la primera en 1961, tras el fallido intento de invadir la Bahía de Cochinos. Y la tercera abarcaría desde 1991 hasta nuestros días". Su obsesión al emprender el rodaje era acercarse a una época que desde niño le fascina. "Soy hijo de la guerra fría, me interesa mucho todo lo que conlleva: ese mundo polarizado con ciudades, como Berlín, totalmente divididas".