Daba la sensación de que Rodrigo Fresán había explicado todo lo que pasa por la bulliciosa cabeza de un escritor en La parte inventada. Y no, en absoluto. No había hecho más que empezar. Acaba de presentar La parte soñada (Random House) y se prepara para armar una tercera entrega, La parte recordada, de lo que acabará siendo una trilogía. Invención, sueño y memoria son tres hilos de Ariadna para abrirse paso en el laberinto de las referencias, las querencias y los personajes que giran y giran muy rápido ante el lector.

-¿Enfrentarse a una trilogía tan voluminosa y mutante es lo más cerca que va a estar de La Gran Novela Latinoamericana?

-No me gusta ese concepto. Eso es lo que nos diferencia a los escritores argentinos del resto de latinoamericanos. Quizá porque allí el cuento es el rey. Borges nunca quiso escribir una novela y eso nos ha hecho muy libres. Además, la literatura rioplatense es la única, yo diría que en el mundo, en la que sus autores canónicos han practicado la literatura fantástica, lo cual es muy raro. Nuestra relación con la realidad es bastante difusa.

-No puede negar la gran ambición de este proyecto.

-Pero ni en mis momentos de fantasías más mesiánicas e inconfesables me dije: «Estoy escribiendo una magnum opus». Creo que he conseguido algo interesante. Así que vamos por el tercero. Lo que pueda pasar después no me preocupa.

-¿Cuál es su peor pesadilla?

-Durante mucho tiempo tuve un sueño recurrente. Sentía que tenía la boca llena de huesos de pollo y me los iban sacando uno a uno. Pero en fin, en la vigilia, las pesadillas llegan con los hijos y concentras tus miedos. Eso es terrible pero a la vez un privilegio, sobre todo si eres escritor, esa profesión tan solipsista.

-¿Los sueños son tan importantes como la imaginación?

-Es una variedad de una misma especie. Hay obras literarias que están fundamentadas en los sueños.

-Como el Kublai Khan de Coleridge o el Jekyll y Hyde de Stevenson. ¿A usted le ha pasado?

-Escribí una novela, Esperanto, a partir de un sueño. No la soñé, solo fue el desencadenante.

-Asegura que sus sueños se parecen a las películas de David Lynch.

-Bueno, él es el gran filmador de sueños. Lo que hace Lynch es muy raro porque nunca sabes dónde empieza o termina el sueño, ni quién lo está soñando. Como espectador me aterroriza sentir que quizá puedo acabar siendo parte de esa historia.

-Concibe el insomnio como una variante de los sueños.

-Mientras escribía sufrí insomnio y de hecho en los agradecimientos figura el nombre de la doctora que me curó. El libro está desbordado por las listas, que es algo que haces cuando no te puedes dormir.

-Contar ovejas...

-Sí, sucedáneos muy personales de contar ovejas: los libros que tienes que leer, las cosas que tienes pendientes o lo que te avergonzaba de niño.

-Por la mañana, tanto los sueños como el insomnio te dejan la misma sensación de irrealidad.

-El insomnio es un lugar donde te permites cosas impensables. Muchas grandes invenciones y asesinatos se alumbraron en insomnios.

-¿Me equivoco si digo que también es un libro sobre la muerte?

-Nací clínicamente muerto y eso ha marcado mis libros, de ahí el hecho de que mis libros empiecen por un seudofinal. Pero no me interesa tanto la muerte como tal, me interesa más cómo la viven los supervivientes, la idea de que los fantasmas existen.

-¿Puede ofrecer algún consejo para abordar la lectura de sus libros?

-Soy un gran defensor de que la lectura debe ser esforzada, pero no ingrata ni molesta. Suelo citar un intercambio epistolar de Nabokov con su editora, que le sugería unas correcciones. El autor escribía: «Si a mí me ha costado tanto ponerlo por escrito, no me parece mal que cueste un poquito de esfuerzo leerlo». Esto es lo que ofrece la literatura frente a los video-juegos, las series de televisión y las redes sociales: voluntad de estilo y no ser algo que busque la realidad inmediata acabada y perfecta.