Creo que la poesía tiene que ver con una intención artística, voluntaria. Escribir es una necesidad estética. Son dos frases distintas: una, la primera, la dijo Daiana Henderson. La otra, en una charla hace veinte años, Francisco Ayala. Cuando uno ha leído mucho y ha leído bien, a veces siente la necesidad de publicar a otros. Sobre la objetividad de la bondad del arte se ha escrito mucho: qué define si algo es bueno o malo (y no, no tiene nada que ver con los gustos personales: no vamos a debatir de tan abajo). El problema es que a veces los árboles no dejan ver el bosque y los árboles son muchos y poderosos. A saber: los medios de comunicación generalistas, que son capaces de encajar, en la misma página y sin que le tiemble el pulso al editor, a Claudio Rodríguez con Escandar Algeet y a Marwan con la traducción de los Sonetos de Shakespeare de Bernardo Santano para Acantilado; la crítica, que ejercen hombres que leen casi exclusivamente a hombres y que, además, Manuel Borrás llamó recientemente «cobarde y acomodada» y explicó: «en unos valores consensuados y en la amabilidad con las grandes editoriales» y una Universidad que hace tiempo que dejó de ejercer la labor de avanzadilla que deberían tener las universidades de letras, vamos a decirlo alto y claro, porque su trabajo no trasciende más allá de los muros de sus respectivos edificios.

Al final, lo que mueve a todos los pequeños editores que en el mundo han sido es la necesidad de publicar libros que no saldrían de otro modo. «Desengáñese: Kafka se vende fatal. Danielle Steel se vende bien», nos contó Mario Muchnik un día en que nos habló de los dueños de los grandes grupos, que no querían perder beneficios aunque el mercado se estuviera colapsando. La figura del editor, auguró, desaparece, engullido por el marketing.

Y sin embargo, algún tiempo después, comenzaron a surgir y a hacerse fuertes, prestigiosas: Periférica, Errata Naturae, Liliputienses, Nórdica, Impedimenta, Acantilado, Rayo Verde, Desvelo. Caballo de Troya ya estaba. La especialidad de Constantino Bértolo fue esa labor de descubrimiento de la que también habla Manuel Borrás o habla David Villanueva, de Demipage. Sacar a la luz. A Marta Sanz, al extrmeño Julián Rodríguez, Santiago Alba, Mercedes Cebrián.

Julián Rodríguez ahora edita. Periférica tiene planes para este otoño, con o sin Errata Naturae, con la que han publicado el imprescindible Tú no eres como otras madres y Leer, que es un ensayo fotográfico sobre la lectura de André Kertész y que fue un revulsivo en la carrera de este maestro al que la crítica tampoco trató, en determinados momentos, demasiado bien. Angelika Schrobsdorff falleció poco después de la edición española de su libro. Periférica y Errata tienen planes, juntas y por separado: la edición de Regreso a Berlín y también Manual de exilio, de Velibor Colié, que Antonio Muñoz Molina leyó en francés sin saber que se iba a publicar en español. Este señor vio cómo, durante la Guerra de los Balcanes, le quemaban la casa y sus manuscritos. Se alistó en el ejército, desertó, le hicieron prisionero y se fue a Francia. Su primer libro se tituló Los bosnios y también pueden leerlo en Periférica. Muñoz Molina habló de Manual de exilio así en un artículo: «La novela cuenta el trauma del exilio, la dificultad de la adaptación, la herida de la memoria, en una primera persona que tiene el humorismo y el desgarro de un relato picaresco. Sucede a lo largo de los años noventa, pero es tan de ahora mismo como las imágenes de los refugiados caminando por las carreteras de Europa y congregándose junto a fronteras de alambradas. Pensé con admiración y gratitud que las mejores historias no son las que elige uno, sino las que no tiene más remedio que contar». Hay más planes: de Michel Pastoureu editarán Los colores de nuestros recuerdos. Pastoureu es profesor de Historia Medieval y experto en simbología occidental. Habla de ese mundo que, con el paso de los siglos y a partir de la Edad Media, construye un imaginario propio a partir del color. De cómo fueron surgiendo los colores y los significados. Julián Rodríguez está completamente entusiasmado con este libro y confieso que no puedo esperar a tenerlo en las manos.

Si pienso en colores, recuerdo a Antonio López glosando los cielos de Extremadura, región a la que han elegido varios autores como protagonista de sus novelas: Susana Martín Gijón, por ejemplo. O Espido Freire o Tomás Martín Tamayo, que hace transcurrir El secreto del agua en el pantano de Alange, que son los últimos autores que han publicado libros cuya acción tiene lugar aquí.

Luego los hay que transforman los lugares conocidos en universos. Gonzalo Hidalgo Bayal (con este señor pasa que una escribe su nombre y tiene ganas de hincarse de rodillas) creó Murania. Y pueblos sin nombre, como en Nemo, Premio Centrifugados 2016. Centrifugados es un encuentro literario que tiene lugar allí, en Murania, conocida también como Plasencia. Pero esa es otra historia y se la contaremos en otra ocasión.