El filósofo Fernando Savater rinde homenaje a escritores como Verne, Stevenson, Salgari o Tolkien en su nuevo libro, El gran laberinto , una novela de aventuras con la que intenta transmitir a los más jóvenes el valor de la lectura y de la literatura "como guías para entender el mundo".

"Después de tantos años estudiando ética, he llegado a la conclusión de que toda ella se resume en tres virtudes: coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir", dijo ayer Savater al resumir el espíritu con el que ha escrito su novela, ilustrada por su hermano Juan Carlos y publicada por Ariel.

Savater (San Sebastián, 1947) es un apasionado de la novela de aventuras desde niño y aún hoy sigue leyendo a esos autores. Le gustaban tanto que nunca pensó que se atrevería a emularlos.

Fue Sara, su mujer, la que le hizo ver que los juegos de rol de ordenador, a los que tan aficionados son los niños, funcionan como relatos iniciáticos porque sus personajes tienen que ir salvando una serie de dificultades para alcanzar su objetivo y van recibiendo instrucciones en el camino.

Esos juegos, añadió el filósofo, describen también lo que es la educación porque, "todos, en el camino de la educación, para conseguir ese objetivo inalcanzable que sería la excelencia humana, vamos consultando libros, preguntando a gente y, en definitiva, aprendiendo".

Los adultos se quejan con frecuencia de lo poco que leen los niños y adolescentes, y Fernando Savater decidió escribir este libro para acercarse a ellos "con sus propios juegos" y hacerles reflexionar sobre cuestiones como la explotación, el totalitarismo o la violencia contra la mujer, temas que "aparecen convertidos en cuentos, porque para eso sirven los cuentos, para contar la vida".

ATERRADO Cuando acababa de empezar la novela, coincidió el pasado mes de septiembre con el novelista Mario Vargas Llosa en San Sebastián y el escritor peruano lo desanimó al decirle que escribir para jóvenes era "muy difícil".

Savater volvió "aterrado" a casa porque quien le dijo eso no era un escritor cualquiera, sino "un genio". Pero luego se animó pensando que él sigue leyendo a Salgari, Verne o Tolkien y le siguen gustando igual que cuando era niño y, por tanto, partía con cierta ventaja a la hora de escribir.