Es el primer escritor nicaragüense que gana el Cervantes y alguien que conoce muy de cerca los vaivenes profundos de su país porque no solo le ha tocado ser testigo de su tiempo sino también parte integrante del mismo como político. Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) supo que el Premio Cervantes 2017 llevaba su nombre en su residencia de Managua, muy temprano. Su nombre sonaba en las quinielas y cuando vio que en aquel teléfono tenía un prefijo español pensó: «Ya está aquí». Un reconocimiento a 50 años de trayectoria que se completan ahora a poco de aparecer su último libro, la novela policiaca, Ya nadie llora por mí, que piensa presentar en la Feria de Guadalajara la próxima semana.

Mientras tanto, el teléfono de su domicilio no deja de echar humo. Le llaman desde Argentina, Colombia, España o Francia. Y su hija María y su esposa Tulita -53 años de matrimonio- organizan el tráfico periodístico en la casa que muy pronto se llena de gacetilleros. Ramírez se muestra tranquilo y no pierde los nervios ante el barullo. Le gusta que el jurado haya mencionado que su prosa «auna la poesía con la narrativa», porque aunque practicó de joven una poesía de la que hoy se avergüenza, él que como tantos nicargüenses se ha sentido muy próximo a Rubén Darío, príncipe de las letras españolas, cree que el ritmo de la frase, su música es esencial a la hora de escribir. «He leído siempre mucha poesía y siento que la vivo por dentro», dice recordando que el veterano poeta y, también político, Ernesto Cardenal que a sus 92 años vive a la vuelta de la esquina.

EL PRIMER CUENTO / El premio, en cierta forma, ha refrendado la decisión que tomó a los 14 años cuando escribió y publicó su primer libro de cuentos en un diario local. Confirma que no se equivocó de camino. «Recuerdo cómo mi abuela me pidió que le leyera el relato y yo estaba medio avergonzado. A los 20 publiqué mi primer libro de cuentos, mientras estaba estudiando, y mi padre fue muy generoso porque no me reprochó que en vez de traerle el título de Derecho le llevara ese libro. Me dijo, él que no era un hombre muy letrado, que el próximo tenía que ser una novela», evoca.

Le cuesta mucho elegir entre todas sus novelas. Entre ellas está Margarita, está linda la mar que escribió en Mallorca, le hizo ganar el Alfaguara y refrendó en España el éxito de Castigo divino, quizá su obra más celebrada «que por fortuna aún se sigue leyendo y los lectores todavía continúan dejando flores en la tumbra de Oliverio Castañeda» y también, claro está, sus relatos, que en un futuro próximo recogerá una antología personal de todos ellos en una editorial mexicana.

No le trae buenos recuerdos el pasado político que le apartó durante 10 años de sus quehaceres literarios. A finales de los 70 dejós los estudios para dedicarse a la militancia en el Frente Sandinista de Liberación Nacional contra la dictadura de Somoza y se involucró tanto en la lucha revolucionaria que acabó como vicepresidente durante el primer mandato de Daniel Ortega. Tuvo así una butaca de primera fila para contemplar, así lo expresó, cómo la realidad y las miserias políticas arrasan con los ideales y de cómo los revolucionarios se convierten en «caudillos corruptos». Todo eso lo contó en sus memorias, Adiós muchachos, que aparecieron 20 años después del triunfo de la carismática revolución sandinista de 1979. Pero su compromiso social continuó en sus libros.Famosas son sus diatribas contra el omnipresente Ortega, reelegido como presidente, no sin polémica, el pasado año.

Ramírez, que la pasada semana estuvo en Chile para recibir un doctorado honoris causa y dictar una conferencia sobre Cervantes, se maravilla de su destino. De nuevo va a tener que preparar un discurso sobre el tema y aunque todavía es pronto, según él, para saber qué es exactamente lo que escribirá le ronda una idea: «Darío dijo que Cervantes era vida y naturaleza y creo que eso es algo muy preciso y a la vez muy poético. Así que seguramente hablaré de ese vínculo entre Cervantes y Darío porque ambos son grandes renovadores de la lengua».