Jorge Ruiz (Murcia, 1975) ha publicado una novela o relato largo, Bailarina, título también del nuevo disco de su grupo, Maldita Nerea. Dos formatos en los que desarrolla una historia alrededor de las emociones y la realización personal.

-¿Qué fue primero, el disco o el libro?

-Yo iba a hacer un disco y apareció en mi vida Teresa Petit, editora, que me convenció de que escribiera algo sobre el trabajo que hago sobre las emociones. Al final preferí contar una historia novelada, y la palabra bailarina era fantástica como punto de partida.

-¿A qué trabajo sobre las emociones se refiere?

-Yo soy logopeda y desde el 2009 o 2010 tengo un mundo paralelo a Maldita Nerea. Para mí, la educación es el único elemento pleno de transformación de la sociedad, así que me volqué en eso y trabajo como embajador de la Fundación Promete, de la que además soy patrono. El talento de los niños no se aprovecha.

-¿Qué simboliza esa bailarina?

-Es tu lado emocional. Si permites que se exprese, no puedes sino ser quien eres. Con el ritmo de vida que llevamos nos vamos olvidando de quiénes somos. Utilizo la imagen de la bailarina porque es un arquetipo femenino universal asociado a unos valores: es flexible, constante, bella…

-Escribir un relato, ¿qué problemas le planteó en comparación con componer canciones?

-Lo típico, sentí inseguridad, pero igual que cuando empecé con las canciones. A mí nadie me enseñó a componer, pero es el público el que te da un lugar. Hay una frase de Saint-Exupéry que me hizo dar el clic: «No hay que saber escribir, sino saber mirar».

-¿A qué edad comenzó a hacer canciones?

-De muy niño. Pero era solo la melodía vocal. Aprendí a tocar la guitarra, pero a mí me interesa la palabra. Y la melodía. Porque esto es lo que el cerebro recuerda.

-¿Y eso ya lo descubrió de niño?

-No, de eso me di cuenta cuando Eduard Punset me lo planteó: «¿Qué fue antes, la palabra o la melodía?» Tenía razón: primero viene la melodía. Por desarrollo neurológico.

-El tema ‘Bailarina’ es bailable.

-Aunque a mí me gusta la reflexión, en el pop la gente no busca eso. Me interesa la comunicación, cómo conectar con la gente, a la que le gusta el movimiento y bailar.

-Se diría que la dimensión de cantante pop se le queda corta.

-Sí, por eso casi no escucho pop; está encorsetado. Yo me motivo con la palabra, y el rap es el género que mejor la trabaja: Nach, Tote King… El pop está centrado en el amor y el desa-mor, ¡y yo hablo de amor propio! La canción que nos sacó del mundo indie fue El secreto de las tortugas y hablaba de filosofía. Nuestro caso, dentro del pop, es muy extraño.

-¿Por qué triunfó aquella canción?

-Lo entendí cuando uno de mis hijos la bailaba sin saber qué decir, y alguien me dijo: «¿Pero tú te crees que a alguien le importa esa letra?»

-Una bofetada al ego.

-Es que yo a mi ego le doy bastante. A ver, lo mío no tiene mérito: no puedo evitar hacer canciones. Y busco todo el rato que la atención esté en la canción, no en mí.

-En los conciertos, centrando la atención, ¿se siente incómodo?

-Busco todo el rato a la audiencia. Desde pequeño solo quiero que canten mis canciones. No que las escuchen. Y canción que no es cantada, canción que va fuera del repertorio.

-¿Eso no es populista, ir a lo fácil?

-Es pobre decir eso. Yo no puedo no contemplar a mi audiencia. ¡La quiero! Y a la audiencia que está por venir. En mi libro, la protagonista, Valeria, se encuentra consigo misma explicando lo que siente, y yo lo he hecho con el disco.

-¿También en ‘Despídeme’, dedicada a esa hija que murió antes de nacer?

-Es una canción de sácalo, porque si no, eso se queda y acabará saliendo en otro momento. En el concierto de Murcia, el público me vio llorando y terminó todo el mundo llorando también. Es una cuestión química, no es porque sea una canción buena ni mala. Es solo que todo el mundo ha perdido a alguien.