Esta actriz clave del Hollywood moderno ha pasado por Sitges para recoger un Gran Premio Honorífico y presentar una sesión especial de The Rocky horror picture show, el famoso musical camp de 1975. Hablamos con Susan Sarandon sobre orígenes católicos y escenas de sexo, cambios de guion y hasta cambios de personaje a última hora.

-En muchas ocasiones ha interpretado a personajes que ejercen como centro moral de la historia. ¿Tiene que ver con haber sido instruida y educada en el catolicismo?

-No, no lo creo. De hecho siempre he tenido problemas con ideas como el pecado original. Cuando iba a la escuela católica, en tercer curso, me castigaron de pie en el pasillo porque no aceptaba algunas ideas en torno al matrimonio. Si se suponía que solo podías casarte por la Iglesia católica, ¿cómo podían José y María estar casados? Jesús no apareció hasta más tarde, se supone. Cosas así me confundían.

-Pero uno de sus papeles más célebres es el de una monja [Helen Prejean en Pena de muerte], por el que ganó un Oscar a la mejor actriz.

-Trabajando con la hermana Helen entendí que, en algunas casos, lo religioso podía realmente ayudar a la gente. En países de Centroamérica y Suramérica, la iglesia está cerca de las personas y tiene una sustancia moral inspiradora. Pero en EEUU, muchas iglesias solo quieren dinero para mantener grandes edificios. En realidad, yo diría que me hice activista a pesar de mi educación católica.

-Bueno, a decir verdad, tampoco es que siempre sea el centro moral. En ‘The Rocky horror picture show’, su personaje pone los cuernos a su marido con un extraterrestre.

-[Risas]. No, no siempre soy el centro moral.

-Ha rodado escenas sexuales o sexis algo más explícitas que ese encuentro con Frank-N-Furter. Pero nunca gratuitas.

-Si metes una escena solo para que salga gente desnuda, no sirve para nada; al final no funciona. Cualquier escena sexual debe servir para saber más sobre el personaje o que la trama vaya en alguna dirección. Y debe estar filmada de forma que sepas cuál es el propósito de la escena. En Pasión sin barreras hay una secuencia en la que, básicamente, violo al personaje que interpreta James Spader. Ese momento presagia todo lo que sucede durante el resto de la película; si estaba en el guion era por un motivo.

-En general le gusta que cada escena tenga un propósito, sea de sexo o no. En el primer día de ensayo de ‘Thelma & Louise’ propuso un montón de cambios, y con total determinación, según ha contado Geena Davis.

-Es que había bastantes cosas por definir. No se indicaba dónde vivían, adónde iban, cuántos días estaban en la carretera... Había que decidir incluso qué acento usar. Me decían: «¡Utiliza el tuyo!» Pero mi acento no es sureño... Es el trabajo del actor conseguir que un personaje sea tan específico como sea posible. Es entonces cuando se puede convertir en universal.

-¿Suelen aceptar sus cambios los directores y productores?

-Bueno, es más bien un proceso, una especie de regateo. A veces quieres una cosa, ellos quieren otra y os ponéis de acuerdo en hacer una tercera. Solo hubo una ocasión en la que no pude tocar una sola línea del guion: Primera plana, dirigida por Billy Wilder. Estaba escrita como una obra de teatro.

-Estando en un festival de cine fantástico como Sitges, es lógico que le pregunte por ‘Las brujas de Eastwick’. Pero igual prefiere no recordar ese rodaje.

-Fue un poco tumultuoso. Poco antes de empezar a rodar le dieron a Cher el papel que iba a hacer yo, y a mí me asignaron otro personaje. Para colmo de males, un personaje que me obligaba a aprender a tocar el violonchelo. Me amenazaron con un pleito si dejaba el proyecto. Decidí seguir, pero fue difícil. Empezaron a rodar sin saber el final de la película. Por eso rodamos el doble de días de lo que estaba previsto. Hubo muchos problemas, pero Jack Nicholson fue maravilloso, y Cher, y Michelle Pfeiffer... Todavía los considero mis amigos.

-Pese a todo, repitió con el director George Miller en ‘El aceite de la vida’, una de las mejores películas de su carrera.

-George no había trabajado en el sistema de estudios hasta Las brujas de Eastwick. Y sus maneras de lidiar con Hollywood no fueron demasiado... productivas. Pero no fue exactamente culpa suya que las cosas fueran tan caóticas, tan contradictorias. Pasado un tiempo coincidí con George en un aeropuerto y me empezó a hablar sobre El aceite de la vida y de cómo Michelle Pfeiffer quizá caía del proyecto. Le dije que conocía la historia de esa familia en busca de una solución para la enfermedad de su hijo. El que era mi marido por entonces, Franco Amurri, también se había interesado en dirigir un filme sobre los Odone, pero seguramente no iba a poder levantarlo. Cuando Michelle salió del filme, George me ofreció su papel a mí. Y Nick Nolte, mi compañero de reparto, un tipo muy listo, me puso rápidamente al día en todo lo que necesitaba saber sobre adrenoleucodistrofia.