Alexander Payne es uno de los mejores cineastas estadounidenses de las dos últimas décadas. Títulos como A propósito de Schmidt, Entre copas y Los descendientes así lo atestiguan. Además, hacer cine de corte humanista en estos momentos no es tarea fácil. En esta línea sigue con Una vida a lo grande (Downsizing), pero añade un elemento fantástico: es una comedia dramática sobre personajes miniaturizados.

No lo son a consecuencia de la exposición a una extraña radiación (como en El increíble hombre menguante) ni a causa de un mad doctor (Muñecos diabólicos, Dr. Cyclops) o por cuestiones médicas (Viaje alucinante). Sus protagonistas se someten a un experimento de reducción celular por causas ecológicas y personales: siendo tan pequeños, frenarán la ausencia de recursos en la Tierra, pero al mismo tiempo gozarán de los privilegios de los que son privados por su tamaño natural.

Humanismo puro, pero con una trampa: siendo tan pequeños, aspiran a los deseos más burgueses de las clases medias y bajas. En su primera parte, el filme es incisivo: hay quienes piensan que las personas reducidas no tienen los mismos derechos que los demás, ya que cotizan menos, y se dice que los terroristas y los inmigrantes empequeñecidos también podrán entrar más fácilmente en Estados Unidos.

Pero la segunda parte es desconcertante, con la entrada en escena de una joven vietnamita represaliada en su país y convertida en mujer de la limpieza en Ociolandia, la edénica ciudad de los pequeñajos.

Payne se la ha jugado. Ha hecho su producción más gigante con personajes en miniatura. Ha cambiado de género. El resultado es valiente, atrevido. Evolucionar aunque se pierda algo por el camino.

‘Una vida

a lo grande’

Alexander Payne