Muchos daban por hecho que Tarantino iba a cumplir ayer en Cannes. Que estuvieran equivocados no es lo mas sorprendente. Lo asombroso es con qué poco se ha conformado a la hora de diseñar Malditos bastardos , presentada ayer a competicion. Básicamente, su presunta epopeya sobre la segunda guerra mundial son un prólogo y un clímax separados por tres secuencias, solo una de ellas memorable. Solo deja un buen sabor de boca si se la considera una guarnición de los platos fuertes de su carrera.

Todos sus personajes hacen lo que a Tarantino se le da mejor hacer que hagan sus personajes: hablan y hablan y hablan. Algunos de esos diálogos son maravillosos, pero la verborrea le hace luz de gas al ímpetu dramático. "Es una metáfora sobre el poder del cine", explicó el director de su nueva película. Al fin y al cabo, Tarantino siempre hace películas acerca de otras películas. Y contemplar Malditos bastardos sin tener en cuenta sus referencias a Enzo Castellari, a Leni Riefenstahl, a Ennio Morricone puede convertirse en una experiencia liviana. Entretenida, sin duda, pero insignificante.