Un Matisse que reivindica el lujo de los sentidos mediante la exaltación del color, una etapa de madurez pero también de conformismo que abarca casi 30 años. Esa época es la que el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid saca a la luz exhibiendo más de 70 pinturas, esculturas y dibujos del pintor francés muerto en Niza en 1954. La muestra, que estará abierta hasta el 20 de septiembre, plantea un recorrido por el trabajo de Henri Matisse entre 1917 y 1941, en el que muestra la noción de pintura y de creación artística como un placer para los sentidos.

"Es un periodo injustamente despreciado por la crítica vanguardista del siglo XX que no creo que sea menos interesante ni audaz que otro", señaló ayer el director artístico de la pinacoteca, Guillermo Solana.

En 1917, en plena primera guerra mundial, Matisse es un maestro consagrado que "no necesita demostrar nada", según Solana. Entre los avatares de la guerra y el cambio de tendencia en el arte moderno, el artista siente necesidad de emigrar de París y se instala en Niza, abandona los grandes murales y vuelve a la pintura de caballete. Se deja llevar por el placer de pintar y busca un contacto más director con el espectador.

Su pintura se hace más íntima y cerrada al tiempo que se impone el colorismo. Predominan interiores, odaliscas y mujeres desnudas y decoraciones exuberantes. La muestra acaba con un diálogo entre pintura, dibujo y escultura. A esta última volvía Matisse cuando necesitaba "poner orden" en su cabeza.