Machete es la versión extendida de un tráiler. El director Robert Rodríguez ha tomado la narrativa original y la ha alargado 100 minutos, y los ha llenado con un relato descuidado --no hay ritmo, ni caracterizaciones-- e innecesariamente complicado y una serie de mensajes bruscamente explícitos sobre el tema de la inmigración. Por eso, la película funciona a rachas. A ratos es desternillante, a ratos tediosa.

Hay que remontarse hasta principios de los noventa, cuando el director rodaba Desperado y nació la figura del sanguinario mexicano, un personaje al que da vida el inconfundible Danny Trejo en una película plagada de rostros conocidos como Robert De Niro, Jessica Alba y Lindsay Lohan.

Rodríguez parece inseguro acerca de si está haciendo un filme de acción o una parodia-homenaje.

Por un lado, durante los estilizados títulos de crédito y la brutal primera secuencia viste sus imágenes con disfraz de cine de serie B de los 70 --celuloide gastado o quemado--, pero luego abandona el truco.

Por otro, las secuencias de acción no tardan en resultar rutinarias a pesar de que son infrecuentes, en tanto que salvo intrépidas excepciones se basan en una previsible sucesión de decapitaciones, empalamientos y desmembramientos rodados de forma caótica.

E igual de confuso es el discurso político que convierte al héroe Machete en una versión bizarra de Pancho Villa.

Demasiado a menudo, Rodríguez abandona sus aspiraciones exploitation para repetir un vago discurso sobre el trato racista que los políticos y los guardas fronterizos estadounidenses infligen a los mexicanos.