Alérgico a todo tipo de asociación y club, la policía federal de Estados Unidos puso a Groucho Marx en el punto de mira por supuestos contactos con el partido comunista. No encontraron nada, pero en pleno periodo maccarthista cuando no temió salir a protestar contra la caza de brujas junto a Humphrey Bogart, Henry Fonda o Judy Garland y hurgaron a fondo en sus comentarios más antisistema que se permitía lanzar en televisión. En 1942 actuó en un concierto a favor de la Unión Soviética -su hermano Harpo llegó incluso a hacer una gira en el país de los soviets- y se manifestó públicamente contra el ingreso de la España franquista en la ONU.

T. S. Elliot, el poeta británico-norteamericano era tan admirador de Groucho que le mandó una carta pidiéndole una foto dedicada para colocarla en su despacho junto a los retratos de W. B. Yeats y Paul Valery. Años más tarde le pidió otra porque en la anterior no estaba caracterizado y sus amigos no lo reconocían. El cómico había dejado la escuela de niño y aunque era un esforzado lector, en cierta forma se avergonzaba de ello. Le gustaba contar la historia de Eliot, a quien fue a visitar a Londres, porque le daba una cierta pátina intelectual.

Woody Allen recogió el cetro del humor judío que los hermanos Marx y en especial del ingenioso Groucho. Tuvieron una larga amistad, no sin altibajos, quizá porque el director de Annie Hall nunca quiso hacerse el gracioso en su presencia. A Groucho le gustaba recordar sus viejas conquistas femeninas ante él y meterse con el discípulo interesándose por las hazañas de su segundo órgano favorito después del cerebro.