Durante mucho tiempo, los críticos de EEUU no supieron qué hacer con James Gray, director ajeno tanto a la progresiva infantilización del cine mainstream de Hollywood como a los impulsos posmodernos o la estética en baja fidelidad del ámbito indie.

Lo que había que hacer, como hicieron los críticos franceses, era defenderlo. Por mantener viva la llama del clasicismo, pero también el carácter sanguíneo del nuevo Hollywood. Por incorporar sus influencias de forma patente pero siempre elegante. Por contar historias moralmente complejas, renovaciones astutas de argumentos extraídos no de atracciones de parque temático, sino de la Biblia y las tragedias griegas.

Filmografía gloriosa

«Soy un perdedor, soy un ludita, no veo la tele ni me meto en las redes sociales ni nada», decía hace poco Gray en una entrevista con Village Voice. Esta reticencia a pasar por todos los aros de la vida moderna ha producido una filmografía gloriosamente carente de tics coyunturales.

Hubo tiempos en los que uno podía acudir a los cines y elegir entre varios thrillers, o películas de gánsteres, con personajes complejos encarnados por estrellas. En la primera época de su carrera, Gray extendió esta tradición con varios filmes tras la estela de El padrino de Coppola.

En todas ellas la intriga criminal se combinaba con los entresijos dramáticos de familias tan complicadas como algunas de William Shakespeare. Cuestión de sangre (1994) explica cómo un asesino a sueldo volvía al entorno de su infancia para un trabajo y se enfrentaba a su propia humanidad. En La otra cara del crimen (2000), un joven salido de la cárcel (excelente Mark Wahlberg) descubre que la compañía de reparación de vagones de metro de su tío tiene un lado oscuro. La noche es nuestra (2007) sigue los caminos de dos hermanos a ambos lados de la ley y el intento de redención de uno de ellos en el Nueva York de finales de los 80.

Eran películas extraordinarias, como supieron ver al menos en Francia, donde la revista Première eligió La otra cara del crimen como segunda mejor película del 2000 y La noche es nuestra fue nominada al César a mejor película extranjera, como un año después Two lovers. En esta última Gray saltaba al drama romántico para contar la historia de un hombre escindido entre la chica que quieren para él y su nueva y volátil vecina.

Gray salió de los tiempos modernos con El sueño de Ellis, película inspirada por la novela corta de Dostoyevski que dio pie a Noches blancas de Visconti. Y en su última apuesta, Z, la ciudad perdida, que hoy llega a las salas, se atreve a salir de Nueva York para seguir al explorador británico Percy Fawcett en su búsqueda obsesiva de una ciudad perdida del Amazonas.

El cosmos es el límite ahora: su próximo proyecto es Ad Astra, en la que un ingeniero del Ejército (probablemente Brad Pitt, quien quiere actuar para Gray y ha producido su última película) recorre la galaxia en busca de su padre, desaparecido en una misión en busca de vida extraterrestre 20 años atrás.