Ai Weiwei, artista cuya única bandera es la beligerancia política, ha pasado un año recorriendo 23 países para grabar a refugiados, seres en tierra de nadie que esperan vivir dignamente en algún sitio algún día. El resultado es Marea humana, un abrumador documental con el que el influyente creador chino quiere lanzar un grito contra los políticos, las instituciones y las personas de la calle que se cruzan de brazos ante esta catástrofe.

En el festival de Venecia, la película pateó el hígado de algunos críticos, que la consideraron narcisista. El artista aparece en algunos planos, se hace un par de selfis, conversa con los refugiados, se corta el pelo con ellos y se intercambia de manera simbólica el pasaporte. Esas imágenes, sin embargo, son mínimas dentro de un filme de casi dos horas y media que nos muestra lo que solemos ver durante cinco minutos en el telediario.

«¿Narcisista? Eso es una visión equivocada. Esto no es una película de ficción, ni tampoco de humor negro. Es un documental y mi presencia le da un toque realista. No me siento superior a los refugiados, sino parte de ellos», sentencia Ai Weiwei en la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), donde ayer se proyectó el filme.

El artista quiere que el público empatice con los refugiados y que no vea solo su dolor, sino su esperanza. Son personas «valientes», dice, que quieren «vivir, trabajar y dar educación a sus hijos». Si las autoridades siguen sin hacer nada por ellos, «el mundo será cada vez más corrupto», concluye el activista, cuyas potentes y radicales obras se han expuesto en la Tate Gallery, la Bienal de Venecia, la Documenta de Kassel y las calles de Nueva York, donde acaba de instalar jaulas gigantes para denunciar la crisis migratoria.

Marea humana se fija mucho en los niños, en cómo juegan en medio de la miseria que los rodea. Ai Weiwei, que hoy vive en Berlín, se identifica con ellos y se acuerda de su infancia, de cómo su padre, célebre poeta, fue acusado de no comulgar con el régimen maoísta y enviado a miles de kilómetros para limpiar letrinas. Enfermó y quedó ciego de un ojo. «Veo a los niños refugiados y me veo a mí mismo», comenta el artista.