Hubo un tiempo en que Mario Vargas Llosa estudiaba Letras y Derecho, y malvivía redactando noticias en una radio y revisando nombres de las tumbas de un cementerio. Casi cinco décadas más tarde, el Nobel es de las pocas cosas que se le siguen resistiendo. El escritor, convertido en uno de los más importantes del mundo, celebró ayer los 70 años. Y de regalo se llevó un buen susto. Su mujer, Patricia, le preparó una fiesta sorpresa con aforo de verbena: 500 personas le vieron soplar las velas en el barrio limeño de Miraflores. Como Vargas Llosa tiene flema de caballero, dijo que había encajado el homenaje "con emoción". Luego, con humor, se vengó y llamó "pequeños bribones" a la familia y amigos que habían organizado ese cumpleaños.