E l público de Sitges ha visto de todo, pero ayer se oyeron aullidos de dolor (seguidos por aplausos de placer) cada vez que Vince Vaughn rompía algún hueso en Brawl in cell block 99, un thriller carcelario sui géneris que trajo de vuelta a la competición del Festival de Sitges al director S. Craig Zahler, quien hace solo dos años se llevó dos premios (mejor dirección y José Luis Guarner) por el wéstern de terror Bone Tomahawk.

Con Brawl in cell block 99, este también escritor (ya lleva ocho novelas, la mitad de ellas publicadas) vuelve a mostrar talento para abordar géneros y subgéneros a su manera. Busca sorprenderse a sí mismo y, por extensión, a los demás. «Todas mis respuestas sobre cuestiones del proceso creativo se reducen a una sola: quiero hacer algo que me parezca interesante», explica. «Y a menudo, lo interesante es hacer algo poco visto», asegura.

Esta es una película de cárceles, así, en plural, por razones que no desvelaremos para no arruinar el viaje. Ese plural ya es sorprendente. Pero es que, además, no se ve un solo barrote hasta los tres cuartos de hora. Primero hemos de pasar un cierto tiempo con Bradley (no lo llames Brad) Thomas, el personaje de Vaughn, alcohólico en proceso de recuperación al que conocemos en un día no especialmente bueno. Le despiden de su trabajo como mecánico y su mujer (Jennifer Carpenter, la Debra de Dexter), que también busca la sobriedad, le confiesa que ha estado viendo a otra persona.

«Es un personaje con grietas», cuenta. «Una persona complicada. Cuando descubre que su mujer le ha sido infiel, le pide que vayan dentro a hablar, está lleno de rabia. Pero carga contra un coche, un coche que no le ha hecho nada. Y se queda con su mujer. Acepta su parte de culpa, es capaz de perdonar. Esa escena de reunión me llamó la atención en el guion. La infidelidad es algo que los une, en lugar de separarles. No suele pasar así en el cine, pero sí en la realidad. La gente pasa por cosas, comete errores, pero después se aproxima y emerge el entendimiento».

Pese a la infidelidad, Bradley es, de hecho, capaz de hacer cualquier cosa por proteger a su mujer (y el bebé que lleva dentro) cuando un cártel de drogas decide buscar compensación de una peculiar (o macabra) manera por un chanchullo que ha salido mal.

LOS INTERESES DEL DIRECTOR /Zahler se reconoce interesado por igual en la fisicidad y en la psicología; la turbulencia exterior y la interior. Cuando le preguntan por sus directores favoritos, puede hablar de Don Siegel (autor entre muchos clásicos de un hito carcelario como Fuga de Alcatraz), pero también de John

Cassavetes. Y su director favorito de todos los tiempos es Sidney Lumet. «No solo me interesa la parte de acción, sino también hallar momentos auténticos entre los personajes», dice. «Es una razón para ir al set. Darle a la gente material dramático complicado y ver cómo navegan por él».

Vaughn navega con suma seguridad, en parte porque Zahler le escribió una biografía completa del personaje. Ni rastro del actor cómico de verbo acelerado de Swingers, Cuestión de pelotas, De boda en boda… Aquí masca los brillantes diálogos con contención, reservando la energía y la rabia para escenas de lucha con pocos pero certeros pasos. «Para mí no ha habido otra interpretación igual en los últimos cinco años», asegura Zahler. «Por lo que hace dramáticamente, pero también por cómo se ha transformado físicamente, y por lo que hace con las peleas. No ha habido nada comparable».

El Frank Semyon de True detective no es el único que brilla: también está Carpenter o villanos con el rostro carismático de Udo Kier (un tipo llamado el Hombre Plácido) y Don Johnson (alcaide de una prisión de máxima seguridad o, como le gusta decir al personaje, «mínima libertad»). Además, no mete a cualquiera en los papeles vistos y no vistos, sino a gente como Clark Johnson (veterano de The wire) y Fred Melamed (entre otras mil cosas, el loquero de Woody Allen en Hannah y sus hermanas). Toneladas de carisma que saltan por los bordes de la pantalla.