Qué aburrido hubiera sido ser feliz.

Lo dijo Marguerite Yourcenar, encarnada por Carmen Machi en ‘Fuegos’, dirigida por José María Pou, a la que vimos en el Festival de Mérida también hace pocos años. Yourcenar dejó que juzgáramos a Clitemnestra, la que ya no necesita la compasión de los dioses porque su marido, al que ella amaba más que a nadie, decidió ir a la guerra de Troya, diez años con todos sus días, con todas sus semanas y con todos sus meses, y mató a su hija para que los vientos le fueran propicios. «La demora acababa con los víveres y con la moral del ejército». ¿Qué podía hacer Agamenón? El rey se levantó para sacrificar la vida de Ifigenia. Solo la sangre de su hija podía aquietar la furia de los vientos y los dioses. Agamenón quiso participar en una guerra provocada por el rapto de una mujer y su mujer, que era reina también, quedó al frente de Micenas. Sola.

Sola en una sociedad patriarcal en la que la mujer no tenía derechos de ciudadanía.

¿Qué podía haber hecho Clitemnestra?

«Egisto galopaba a mi lado por los eriales; tenía casi la edad de ir a reunirse con los hombres; me devolvía la época de los besos entre primos perdidos en el bosque, durante las vacaciones de verano. Yo lo miraba menos como un amante que como a un niño que hubiera engendrado en mí la ausencia; pagaba sus gastos de guarnicioneros y caballos. Infiel a mi hombre, seguía imitándolo: Egisto no era para mí sino lo equivalente a las mujeres asiáticas o a la innoble Arginia.

Señores jueces, no existe más que un hombre en el mundo: los demás no son más que un error o un triste consuelo, y el adulterio es a menudo una forma desesperada de la fidelidad. Si yo engañé a alguien fue con toda seguridad al pobre Egisto».

Luis García Montero ha leído a Yourcenar y lo que se conserva de ‘La Orestíada’ que, junto a la ‘Odisea’, son las dos sagas clásicas que tienen el nombre de su héroe. Orestes fue, después, Hamlet. Desterrado por su madre para que los enemigos no le mataran, su hermana Electra lo busca para vengarse cuando Clitemnestra mata al que fue su esposo rey.

«Hablas con claridad -le dicen en esta Orestíada-: como hablaría un varón».

Qué incomprendida ha sido esta mujer. Qué incomprendidas han sido Medea, Clitemnestra y Medusa. Y qué antipática se me puede hacer Electra.

Escribo este artículo cuando no se ha estrenado aún la obra que inaugura el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, ‘La Orestíada’, dirigida por José Carlos Plaza e interpretada por Ricardo Gómez (Orestes), Amaia Salamanca (Electra), Ana Wagener (Clitemnestra) y Felipe García Vélez como Agamenón, además de otros muchos (María Isasi, por ejemplo, una Casandra sabia y visionaria). Además de los actores principales, el coro, que es el pueblo y en el que está la tremenda Pepa Gracia, es otro personaje más: el que explica, el que se queja de que ninguno de los poderosos le hace caso. Ustedes lo leerán el jueves. Quizá muchos la hayan visto. Yo aún no. El periodismo escrito tiene estos condicionantes temporales, de tal modo que muchos, como la reina de Micenas cuando esperaba a que su esposo regresara de la guerra, no sabemos en qué día vivimos.

No he visto la obra entera, pero sí el ensayo general, con algo de público: a veces las obras se representan enteras así, con unas cien personas en las gradas del teatro romano, porque los actores necesitan, después de meses en soledad ensayando textos, ver cómo funcionan cuando otros las reciben.

Y no hace falta entender de teatro para saber que Ana Wagener es una actriz maravillosa y que María Isasi saca toda la fuerza que tiene para interpretar.

José Carlos Plaza no es nuevo en Mérida: ha estado once veces, tiene una forma de hacer teatro muy reconocible y trabaja con los actores de mil modos distintos. Amaia Salamanca contaba que ella fue a verle con todo su texto aprendido y que él estuvo horas haciéndole decir una sola frase. Un actor tiene que controlar la voz, los tonos, las emociones (quizá emociones que no había sentido nunca o que no comprende porque no ha vivido mucho aún) y todos los músculos, las miradas, el rubor, el llanto (qué difícil es llorar bien en escena), la risa (es casi aún más difícil reír bien en escena) y los gritos.

Plaza es clásico. Es decir, no va a hacer una obra en Mérida con actores vestidos con vaqueros, ni ambientada en la guerra civil, ni en el espacio, pero sí se va a rodear de los mejores escritores: con él han trabajado últimamente en el Festival de Teatro Clásico Juan Mayorga, por ejemplo, Vicente Molina Foix o Luis García Montero.

Han querido hacer una obra actual: una obra que hable de la historia de una familia que sigue siendo desgraciada a su manera 2.500 años después y que nos muestra cómo se articula la venganza, por qué el pueblo abomina de las guerras, de qué manera tan errónea nos enfrentamos a la muerte, por qué las palabras no abarcan la fragilidad humana, cuán complejas van a ser siempre las relaciones entre las madres y las hijas, cómo ansiamos siempre el poder (aunque sean pequeñas parcelitas) y cómo el amor, a veces, puede redimirnos.