En el número cinco de la avenida de Marceau de París, a cuatro pasos de la lujosa avenida de Montaigne, duermen las creaciones de Yves Saint Laurent. Convertido hoy en la Fundación Pierre Bergé Yves Saint Laurent, el señorial edificio donde trabajó el célebre modisto y donde se fundó una marca que es sinónimo de alta costura custodia 5.000 trajes, 15.000 accesorios y 50.000 dibujos originales. Todos ellos, testimonios de 40 años de carrera que forman parte de la historia de la moda y de las mujeres de la segunda mitad del siglo XX. Modelos únicos que se conservan cuidadosamente --de la misma manera que se hace con las obras de arte-- a 18 grados, al abrigo de la luz y lejos de la más mínima mota de polvo.

De vez en cuando, la fundación --que inició su andadura en el mes de marzo del 2004-- decide abrir determinados armarios y dejar que las creaciones de Saint Laurent vuelvan a cobrar vida. Después de retirarse de la escena de la moda el 31 de octubre del 2002, fecha de su último desfile, los modelos de pasarela del maestro ya solo pueden admirarse en las exposiciones.

Actualmente, la muestra, bautizada con el título de Viajes extraordinarios, que puede verse hasta el próximo 15 de abril, constituye una ocasión excepcional para admirar los trajes inspirados en las culturas exóticas --tema recurrente en la trayectoria del modisto-- de diferentes partes del mundo. España entre ellas. En los años 50 y 60, para un ciudadano francés, el universo estético de la península Ibérica resultaba tan atrayente y tan lejano como el de Africa, China y la India. Incluso para un francés nacido en Orán como Yves Saint Laurent. Un origen que sin duda marcó su alma vagabunda y sensible a los colores de la luz.

Los 60 modelos del modisto que se exhiben en la muestra evocan en cierto modo las aventuras de Phileas Fogg en La vuelta al mundo en 80 días. Transportan al visitante a un viaje que se hace en penumbra --para minimizar los efectos provocados por la luz sobre los tejidos-- y que empieza en Africa, con una explosión cromática y la utilización --en los años 70 y 80-- de materias primas como la rafia y el simple algodón, hasta el momento menospreciados en el mundo de la alta costura. Saint Laurent revoluciona la pasarela con mallas de inspiración africana elaboradas con piedras semipreciosas.

Las modelos sin rostro que realzan las creaciones del modisto se pasean también por los países del Magreb. Las buganvillas de los jardines árabes se posan en capas y vestidos cuyos velos y transparencias pasan del negro al morado intenso. Una demostración de la maestría de Saint Laurent en el arte de insinuar. La fuerza cromática se reafirma en España, con provocadores modelos inspirados en la Carmen de Bizet y en los trajes de luces de los toreros.

De ahí saltamos a la India, con vistosos e insinuantes saris, una gran profusión de brocados y suntuosas pedrerías. La mujer-joya en todo su esplendor. Un contraste total con respecto a las creaciones inspiradas en la fría Rusia, donde la riqueza reside en los terciopelos y los bordados. El viaje sigue por China y acaba en Japón, con delicados y sofisticados quimonos que hacen pensar en el último desfile de John Galliano. Un mundo de sensaciones sin moverse de París.