Ahora que el vinilo vuelve a ser un objeto apreciado (y preciado) es un buen momento para recordar sus aventuras y desventuras en el siglo XX. Y es que, más allá de su uso como soporte en el que almacenar música, el vinilo y su inseparable aliado, el tocadiscos, han jugado un destacado papel en la historia del arte. De ello trata La música del vinilo , excepcional volumen firmado por José Antonio Sarmiento y publicado por el Centro de Creación Experimental de Cuenca.

Desde 1877, año en que Thomas Alva Edison inventa el fonógrafo, hasta 1925, fecha en que se le aplica la corriente eléctrica, los futuristas fueron los grandes defensores de ese artefacto que, decían, les permitiría difundir el poemas y manifiestos en soporte no escrito e incluso registrar ruidos; esos ruidos que generaba el mundo moderno que ellos consideraban tan o más artísticos que la música misma y con los que podrían componer caóticas sinfonías.

Dada la escasa calidad de las primeras grabaciones, primero se pensó en el vinilo simplemente como soporte de uso pedagógico o documental; de discursos e incluso de cantes populares. Y esa misma imperfección acústica generó ilustres detractores. Ramón de la Serna le dedicó no pocas greguerías ("te aseguro que la música de los discos está llena de ratones", escribió en 1930). Músicos como Stravinsky se planteaban componer obras específicas (más sencillas) para sonar en el gramófono y otros como Henry Cowell ya anunciaban los peligros de la vulgarización de la música: "Las grabaciones están producidas por compañías comerciales con el natural objetivo del beneficio económico y, por tanto, son en gran medida de música barata, vendible". ¡Y lo escribió en 1931!

La música del vinilo no solo recopila ensayos, poemas, obras de teatro y escritos de todo tipo en los que Bela Bartok y Jean Cocteau, entre muchos otros, reflexionan sobre el presente y futuro del gramófono, sino que reproduce cuadros de Magritte, Matisse y Dalí y piezas de artistas de vanguardia como Joseph Beuys y Nam June Paik, que incorporarán el vinilo en sus instalaciones y creaciones plásticas. En la segunda mitad del siglo XX, la rodaja negra entra en el museo en calidad de objeto maleable, no como venerado soporte musical. Y de ahí a alterar el recorrido del surco, construir un vinilo con trozos de otros y crear obras sonoras pinchando vinilos previamente rayados, mordidos o agujereados solo hay un paso.

Christian Marclay dio buena cuenta de cómo hacer ruido con un vinilo independientemente de lo que tenga grabado en sus surcos en la edición del 2002 del Sónar. Y aunque el hip-hop sea el género moderno que más ha desarrollado la expresividad del disco, este extracto del diario del creador de la música concreta Pierre Henry obliga a reconsiderar quién fue el primer dj de la historia: "Contábamos con ocho platos. Se trataba de saltar a pies juntillas sobre los sonidos. Y yo me pasaba el día brincando. Botaba de un plato al otro. Me había convertido en un virtuoso del surco".

JUGOSOS DEBATES Lo hemos visto durante décadas como un trasto inerte y anacrónico, pero durante décadas el vinilo también ha sido objeto de encendidos y jugosos debates, así como una pieza de uso constante en el arte más arriesgado. Y tan sorprendentes son hoy las propuestas creativas de John Cage como las críticas de Adorno o el viperino De la Serna. "¡Qué ruina la de los poseedores de innumerables discos!", exclamaba en 1926, cuando el coleccionismo no estaba tan extendido como hoy. A saber qué diría de los invisibles cementerios de gigas en mp3.

Por cierto, incluye un single con el que el lector podrá hacer su performance a lo John Cage: sostenerlo en la mano siete horas, dejar que la aguja rebote contra el último surco durante 24 horas más, escucharlo concienzudamente con el sonido quitado... Pero el single contiene una canción. Y, al menos en el ejemplar que inspira este artículo, no es una cualquiera. Es Niña , la sensual balada de Locomía.