--En este libro se le nota a usted bastante enfadado ante los desajustes de este milenio.

--Vivimos un periodo delicado e inquietante, pero lo que de verdad me enfada es que tenemos los medios para afrontar los problemas pero nos falta la voluntad y la visión políticas. El desajuste, la perturbación más grave, es la que se deriva de un cambio climático con consecuencias terribles para toda la humanidad. Otro peligro es la desconfianza entre los dos mundos o civilizaciones de las que me siento parte: lo que conocemos como Occidente y el mundo árabe.

--¿Es la misma desconfianza desde hace siglos o se ha agudizado tras el 11-S?

--Hay un fondo de desconfianza debido a las cruzadas y a los problemas que dejó la descolonización. Pero hay otra, derivada de la reciente transformación de un mundo que ha pasado de dividirse ideológicamente a hacerlo por cuestiones identitarias. En el mundo árabe ha habido una evolución desde los movimientos religiosos más nacionalistas a movimientos políticos con un mayor componente religioso.

--¿En qué medida la globalización es la causa de esto, por lo que tiene de miedo de las sociedades a perder sus señas de identidad?

--La globalización ha influido de dos maneras: incitando a superar los sentimientos de las sociedades más pequeñas, que han saltado por los aires; y porque se tiende a una actitud más internacionalista vinculada a la religión. La globalización, además, ha ejercido más presión sobre las culturas que se han sentido amenazadas por la cultura global y se han atrincherado en sus propios límites identitarios.