El mito de Proserpina se hizo real anoche, por primera vez en Mérida, de mano del afamado dramaturgo norteamericano Robert Wilson y de la actriz española Emma Suárez.

En el cuarto espectáculo de esta L edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida, Wilson diseña un montaje milimétrico y detallista. Durante una buena parte se sostiene gracias al complicado juego de voces que ejecuta Emma Suárez y a la trepidante e inquietante música de Philip Glass, aunque el ritmo y el interés decaen en gran medida en su tramo final.

Aún así, durante la primera mitad de la obra Suárez demuestra lo que es capaz de transmitir sólo con su voz, sin moverse, hablando como una vieja, como una niña o simplemente como un poeta, y de forma paralela Wilson pone en práctica un espectacular juego de luces nunca visto en Mérida.

El director, que siempre ha presumido de utilizar los escenarios como un elemento más de sus montajes, arranca del teatro romano de Mérida colores imposibles. Blancos, rojos, verdes... todas las tonalidades imaginables hacen que se vea un monumento que, pese a ser milenario, cambia a cada instante.

Con detalles cuidados y coordinados hasta el extremo, Wilson consigue una obra que no hay que entender, basta con disfrutarla. Según avanza el montaje, el tono irónico y los juegos de Wilson se hacen más patentes. Emma Suárez presta su voz a Proserpina y a su madre (maravillosamente encarnada por una actriz griega) y el propio director aparece en boca de Zeus.

A partir del momento en que entra el infierno en el escenario, todo cambia para el espectador. El espectáculo se hace más incomprensible, se pierden el ritmo y la dulzura y la narración pasa a ser únicamente en inglés. Es Wilson en estado puro.