El corresponsal y especialista en la realidad de África Xavier Aldekoa ha descendido esta vez a través del río Nilo para dar voz a sus habitantes y mostrar la diversidad que existe en el continente; todo desde un punto de vista humano, en el que las víctimas no solo son víctimas, sino que tienen su propia historia detrás. Lo cuenta en su nuevo libro, Hijos del Nilo. Y es que el río es hoy la paz del norte de Uganda pero también la guerra de Sudán del Sur; es la vida en los valles de Etiopía y la muerte en los calabozos de Egipto o Sudán.

-Habla de vida y muerte. ¿Qué quiere decir?

-El Nilo, en primer lugar, son las personas que viven allí, que son al fin y al cabo las protagonistas del libro, ellas son las que permiten saber cómo viven, sus culturas, sus tradiciones… Y también el Nilo es la historia de esos pueblos. Yo creo que todo esto es más importante que el que sea un río largo y precioso, porque sin sus habitantes no sería tan interesante.

-¿Hay mucho contraste entre las distintas partes del curso del río?

-Sí, sin duda. De hecho el Nilo es una especie de resumen de la esencia de África. El corazón del África negra, exuberante, con naturaleza desatada; tras la que vienen las montañas del mundo árabe, el desierto, y acaba en el Mediterráneo. Esa es un poco la esencia de África.

-Es un libro vivido y escrito en primera persona, donde usted mismo va guiando la acción.

-Pero para nada soy el protagonista, eso es algo que me preocupa mucho. Yo utilizo el viaje como herramienta para hacer preguntas, pero los protagonistas indiscutibles son las personas que me encuentro. De hecho, en unos tiempos en los que el egoperiodismo, el aplauso en el twitter o el like de facebook están demasiado presentes, es más necesario que nunca explicar lo que le pasa a los demás. Nosotros somos periodistas porque escuchamos, y creo que echarse a un lado para explicar la vida de los demás es lo más interesante de nuestro trabajo.

-En cuanto al trabajo que hace, ¿se podría describir el periodismo como activismo?

-Me parece muy importante que no se difumine la línea entre el periodista y el activista. Yo soy periodista, y, honestamente, quiero que el mundo vaya mejor. Creo que hay que denunciar las injusticias pero mi trabajo es dar voz tanto a aquellos con los que simpatizo, aquellos que son víctimas abusadas, como al verdugo y a gente que me puede parecer despreciable. Porque yo lo que quiero es hacer un trabajo honesto y lo más equilibrado posible para que pueda ver lo más fielmente posible esa realidad, y eso es diferente del activismo.

-¿En el libro también aparecen estos seres despreciables?

-Sí. Aparecen episodios con violadores, asesinos, gobiernos que pisotean los derechos de sus ciudadanos, de cascos azules o representantes de Naciones Unidas que actúan de una manera cobarde... Todo eso aparece. Lo hago, creo que por una voluntad de enseñar lo malo, lo bueno y lo normal del continente, hay que intentar explicar la situación de una manera equilibrada.

-¿Da esa visión para dotar de mayor humanidad al reportaje que firma?

-Nosotros normalmente nos fijamos en la herida de las personas, en el trauma, en el momento que les ha cambiado la vida para mal. Cuando han pasado a ser mujeres violadas, niñas refugiadas o chicos torturados. Pero todo el mundo es mucho más que su herida. Hay un ser humano detrás de eso, anterior a eso, que explica su reacción y forma de superar ese momento traumático. Ahí es donde yo intento poner el acento, en esas sensaciones antes y después de la herida, donde hay alegrías, tristezas, sueños o esperanzas muy parecidas a las nuestras.

-Lleva muchos años en África, cubriendo sus conflictos, ¿cuál cree que es el mayor problema del continente?

-África no se puede entender sin las cicatrices del colonialismo, o anteriores, de los tiempos del abuso de la esclavitud. Pero sus problemas no solo se pueden justificar en ese pasado terrible, que de alguna manera sigue vivo en los intereses de algunas multinacionales. También hay que señalar la mala gobernanza, la corrupción, esas élites que lo único que quieren es sustituir un sistema de abuso occidental para ponerse en el mismo lugar y llenarse los bolsillos.