El nuevo thriller político de Paul Greengrass bien podría titularse Jason Bourne in Irak , dado que, como en sus dos aportaciones a las aventuras del famoso agente de la CIA, el director emplea aquí un enfoque visual y narrativo que empieza a resultar demasiado familiar. De hecho, puede decirse que Green zone llega tarde. Pese a que aborda un tema políticamente vigente, debería haberse estrenado hace unos cinco años. Para quien durante ese tiempo haya seguido las noticias, la película no aportará novedades sobre las mentiras que George Bush dijo para vender la guerra de Irak al pueblo americano y sobre cómo la prensa se dejó manipular a la hora de propagar el discurso oficial.

Para vehicular ese superficial discurso, imagina una realidad alternativa en la que un héroe solitario con aires de action hero y comprometido con el porqué de la guerra --llamémoslo Rambourne-- descubre y hace pública la verdad: que las armas de destrucción masiva nunca existieron. Dado que nosotros ya sabemos eso, nuestro recorrido es como el de Rambourne: a lo largo del relato, seguimos las señales que nos indican que esta película oculta grandes revelaciones, pero, en realidad, no hay nada.

Pese a ello, trata de legitimarse como lo real usando la estética docudramática que Greengrass ha pasado años perfeccionado y que a estas alturas ya no da tanto el pego. Avanza frenética, intensa, coherente y muy entretenida, pero que el director no sostenga un mismo plano más de tres segundos para insuflar energía nos mantiene conscientes de la cámara y, por tanto, hasta cierto punto alejados de la acción. Eso sí, en el proceso nos ofrece una descripción física del caos que el pueblo iraquí debió de sentir en los primeros días de ocupación.