No todas las novelas, breves y concisas, puro hueso, de Eduardo Halfon bucean en la propia historia y en sus raíces familiares. Pero en los últimos tiempos ha cosechado cinco novelas que se enfrentan a esa indagación. La primera, El boxeador polaco. La última, la reciente Duelo (Asteroide), saca a la luz un episodio familiar del que no se hablaba en su entorno. De cómo el niño Salomón, hermano mayor de su padre, murió a los 5 años.

Hay que leer el libro para saber qué ocurrió, aunque la narración apunte mucho más allá del simple enigma, porque Halfon trenza ese relato con la experiencia de la deportación de su abuelo, en Sachsenhausen y en Auschwitz, quien llegó a hacerle creer que el número que lucía en el brazo era el de su teléfono «para que no se le olvidase». Amén de sus propias peleas con su hermano, o los numerosos niños ahogados en el lago Amatitlán de Guatemala, que tácitamente revelan «una sociedad que abandona a sus pequeños».

Junto con Rodrigo Rey Rosa, Halfon es uno de los más internacionales escritores guatemaltecos y ambos rehuyen ese relato más costumbrista y obvio. El mundo literario de Halfon, además, jamás ha plasmado la violencia de su país. «No la viví», explica. Y decir su país es mucho, porque vivió allí hasta los 10 años. Luego se trasladó a EEUU acompañado de sus raíces polacas y libanesas y marcado por su esencia judía.

Escribir en castellano, cuando su lengua prioritaria era el inglés, fue una elección. En ese limbo impreciso se desarrolla una literatura que tiene mucho más que ver con la tradición centroeuropea o norteamericana: «La crítica y los lectores me dicenque mi gran tema es la identidad y no es que me haya propuesto que lo sea. Pero en el fondo es un tema muy judío, el cosmopolitismo y la diáspora permanente que heredé y en la que fui educado. La mía es una identidad adaptable, una cosa líquida que me hace pensar en Zelig de Woody Allen».

Y aunque no se arrepiente, este ciclo familiar le ha costado más de un disgusto. Duelo surgió de una confesión de su padre, que en una visita a Guatemala le conminó después a no escribir sobre ello. «No lo planeé, sencillamente escribí la primera frase y ya no pude parar». Naturalmente, le dio a leer el manuscrito de la historia prohibida y le aseguró que eliminaría todo aquello que pudiera ofender. «Y no había nada que ofendiera porque lo he tratado con bondad y cariño, pero igualmente no le gustó. De todas formas, un autor no puede dejar que eso le influya, traiga las consecuencias que traiga».

Durante años vivió en Nueva York y ahora en Nebraska, en pleno territorio Trump, donde no siente querido porque le confunden con un árabe. «Trump ha dado alas a la gente que hace un año eran racistas de puertas adentro. Él abrió esas compuertas y ahora se sienten legitimados para aceptar las mayores barbaridades».