Tras la tormenta, un rayo de sol. Al menos durante unas horas. La polvareda levantada por el positivo de Alexandre Vinokurov volvió a dejar el ciclismo herido y tuvo que ser la afición, con una presencia masiva en las cunetas, la que le devolviera algo de aliento. El Tour, como el ciclismo en general, vivió ayer un día esperanzador gracias a la pasión inquebrantable de centenares de miles de aficionados, que disfrutaron, en vivo o a través de la televisión, de la mejor carrera del mundo en uno de sus escenarios míticos: el Aubisque. Pocos podían pensar que, horas después, ya de noche otra vez el maldito dopaje rompería toda la magia de este deporte con la expulsión de Rasmussen, el líder del Tour, que les había hecho vibrar, pero al que después de ganar la etapa su equipo retiró por evitar unos controles médicos que debió pasar en junio.

El caos , titulaba ayer en portada el diario L´Equipe, que hablaba de "seísmo" para definir el golpe que había supuesto el descubrimiento de Vino. Pero solo 24 horas después, en las calles de Orthez no había prueba alguna del terremoto, atestadas de gente, charangas y con muchísimos niños a la caza de autógrafos.

Al tomar la salida, de la mano de los equipos franceses y alemanes decidieron por su cuenta hacer un plante, no se sabe bien contra qué o contra quién. Esos conjuntos forman parte de un colectivo llamado Movimiento por un Ciclismo Creíble y ayer, con motivo del caso Astana, decidieron llevar a cabo un plante que acabó siendo una pantomima.

Plante en dos episodios

Primero comunicaron que partirían cinco minutos tarde, acción que fue secundada por todos los equipos. Un portavoz del Crédit Agricole comunicó entonces a Prudhomme que podía dar la salida, pero cuando el pelotón se puso en marcha, los integrantes de esos equipos se quedaron plantados. Consiguieron el efecto deseado: el público abucheó a los que salían y aplaudió a los equipos franceses, supuestamente limpios. Horas más tarde, el Cofidis, francés, anunció que dejaba la carrera al dar positivo uno de sus corredores, Cristian Moreni.

La carretera del Aubisque fue una marea humana desde el pie del puerto hasta la cima. Allí se agolpó el público al final de la etapa para ver la imposición de maillots a los corredores, entre ellos Alberto Contador. "Ha sido una lástima, sobre todo por el público, que me ha apoyado durante toda la ascensión. Me he sentido muy arropado", dijo.

Ni la explosión de dos artefactos al paso de la carrera por Navarra doblegó la pasión del ejército de cicloturistas que de buena mañana hacían el recorrido por el que después pasarían los corredores. Hombres y mujeres, jóvenes y muy veteranos, con más brío o con menos.

Y esa pasión se refleja en las audiencias. El domingo, uno de cada cuatro televidentes españoles vio entrar a Contador con los brazos en alto en la meta de Plateau de Beille. Ante el éxito, TVE emitió la etapa de ayer por La Primera. Lo mismo sucede en Francia. La carrera ha multiplicado por cuatro su audiencia respecto al año pasado, cuando sucumbió ante el buen papel de la selección de fútbol en el Mundial. El ciclismo sigue vivo entre los aficionados pero desde dentro lo están matando.