Cuando el Cáceres estaba en la ACB, mi cuñado decía que los días de partido se afeitaba con más alegría: sabía que tenía asegurada su ración de adrenalina. En la LEB, mi cuñado se afeita con tristeza. Este viernes cogió su moto y se fue Jerez. El se lo perdió, porque el partido fue puro Filomátic .

Los placentinos (contamos cerca de 600) habían llegado sobre las ocho, se habían aprovisionado de golosinas en la multitienda Viki y enseguida llenaron un fondo. Los cacereños fueron más remolones, pero acabaron colmando las gradas laterales y eran tantos como en los partidos ACB: unos 3.000.

En los alrededores del pabellón se mascaba la electricidad y a medida que uno se acercaba, un subidón de endorfina, adrenalina, serotonina y otras sustancias flipantes convertían el cuerpo en una olla a presión. El gerente del Cáceres mandaba apartarse a una cámara de Plasencia, la afición visitante se encendía, la locutora hacía gestos enardeciendo a las masas y el cóctel de golosinas y adrenalina convertía aquello en una fiesta.

La verdad es que ahí se acabó la bronca. Después reinó el buen rollo entre las aficiones, que en el descanso meaban unidas y se vacilaban de sanitario a sanitario. Los de Plasencia, a lo tremendo: "Tanto pabellón y luego tenéis estos meaderos tan chicos que no nos caben los chismes". Los de Cáceres, a lo fino: "Cuando acabéis, apretad el botoncito, que está para eso".

La grada fue una fiesta de principio a fin: los placentinos vibrando hasta cuando perdían de 15. Cáceres recuperando himnos olvidados y aunando la adrenalina y la memoria recuperada en un éxtasis coronado por el canto de El Redoble .

Al final, ondeó, por primera vez en el pabellón, una bandera de la ciudad de Cáceres mientras Plasencia perdía el partido, pero ganaba el basket-average y su afición demostraba por qué a orillas del Jerte los días de partido uno se asea con más alegría.