En lo poco que corregiría a Albert Camus es que no sólo por el fútbol se conoce la realidad de la condición humana. Creo que su reflexión se debería extender al resto de deportes de equipo, aunque lógicamente en menor medida.

Ocurrió en Cáceres antes de entrar de lleno en el baloncesto de élite y también pasó en Mérida y Almendralejo con los ascensos a Primera. Lo que ha sucedido en los últimos meses con el Plasencia, que se ha visto refrendado este fin de semana con la fase final de la Copa del Príncipe, es digno de un estudio sociológico de primera magnitud. La gente, cuando disfruta, se comporta de manera diferente en una cancha de baloncesto y en un campo de fútbol. Nada que ver con la vida normal y con las reacciones a otros estímulos. Y eso se ha visto en Zaragoza con los placentinos, que han expresado todo lo que llevan dentro en dos días increíbles. El deporte une, hermana ciudades y es como si hiciera retrotraernos a la infancia cada fin de semana, parafraseando a Javier Marías.

Es la cara más bonita del deporte. La más fea, la que levanta los peores instintos, que los hay, la encontramos en las derrotas y el fracaso. Y esa sí que es poco sana.