El equipo de fútbol por excelencia de Cáceres ha causado en sus aficionados a lo largo de su historia más frustraciones que alegrías. Sin embargo, durante muchos años mantuvo una afición fiel y numerosa. Desde hace unas décadas, discurre entre la incapacidad de sus gestores, los malos resultados y el abandono de sus seguidores. En su último partido en casa le vieron 300 espectadores. Han conseguido echar a miles de aficionados del estadio.

Desde hace unos meses, se exige la dimisión del presidente. Probablemente algunos de los vocingleros tuvieron la oportunidad de comprar acciones, arriesgar su dinero y tener una responsabilidad en la junta directiva. ¿Quién o qué se lo impidió? Parecía más cómodo recibir con aplausos a un empresario salmantino que les evitaba complicaciones.

¿Se puede escandalizar alguien de que el tal empresario intente rentabilizar su inversión? Si la compra del club era un negocio rentable, ¿por qué no acudieron a la compra de acciones tantos listos que ahora echan cuentas de las ganancias del bingo? Porque el bingo existe hace muchos años y sus ingresos se sabían. ¿Es que ahora dan para tanto y antes no permitían hacer un equipo con posibilidades? ¿Es que no había subvenciones municipales?

Probablemente se dieron cuenta de que, tal y como está montado el mundo del deporte, en estos tiempos solamente se puede acceder a la presidencia de un club si detrás hay un patrimonio sobresaliente.

Naturalmente, nada de esto justifica una dirección deportiva que tiene muy pocos aspectos saludables. Más bien todo lo contrario. No se encuentra justificación al empecinamiento del actual propietario en seguir al mando ante tanto fracaso deportivo. Ni siquiera un previsible negocio a corto o medio plazo. Si, como propagan algunos, su previsión era la recalificación de los terrenos anejos al campo, parece que debe ir descartándola, pues no se espera que la revisión del plan de urbanismo satisfaga sus deseos. Si toda su expectativa de ingresos se basa en el bingo, no parece que su destreza empresarial sea imitable, pues no conlleva la rentabilidad que a su dinero y a su tiempo debe corresponder.

Si su estrategia consiste en vender al mejor precio, se equivoca cada día más, pues tendría más valor en Segunda que en Tercera y si está en esta oscura división ganaría más si es un equipo ganador que un equipo perdedor como el actual. Y si su ego necesita darse un baño de multitudes, el camino de las derrotas no es el más adecuado.

Pero no parece que los males desaparecerían con la marcha de Campo. El futuro de los equipos de divisiones inferiores es tenebroso, ya que el aficionado tiene la oportunidad de ver gratuitamente mucho fútbol de calidad todos los días, cómodamente instalado, y quizás le resulte aburrido y molesto acudir a presenciar los partidos de su equipo y por si fuera poco la oferta de ocio crece exponencialmente. De manera que estos partidos quedarán para cuatro incondicionales, ojeadores con ansias de encontrar promesas y tiburones de las finanzas.

Pero, además, las esperanzas de los aficionados cacereños están puestas en alguien de Zafra. Es decir, por estos lares nadie quiere responsabilizarse del asunto. ¿Quién nos dice que dentro de dos años no estaremos otra vez pidiendo que el segedano venda sus acciones? ¿A quién? Quizás a Pitterman o algún ruso.

Cada cual tiene el equipo que merece.