La primera motivación que se había autoimpuesto un país acostumbrado a éxitos era acabar con un periodo de 12 años sin títulos. La segunda motivación que ha adoptado Alemania es cerrar la negra racha a lo grande, ante un rival con nombre y no ante un equipo revelación. Como España, pese a que por historial figura en el segundo escalafón internacional.

"Queríamos jugar la mejor final posible. Ser campeones ante España sería magnífico", admitió Christoph Metzelder, quien ya había proclamado su deseo de enfrentarse a la roja. El central del Madrid no era el único que había expresado su preferencia por medirse con la selección de Luis Aragonés. También Lehmann, Mertesacker y Lahm estaban encantados de disputar la final que jugarán mañana. Y los técnicos.

"España ha realizado un torneo impresionante", reconoció ayer Joachim Löw, admirado por el nivel técnico del equipo, y fascinado por su funcionamiento táctico. "Los centrocampistas cambian constantemente de posición, es realmente un equipo imprevisible", añadió el técnico, que afronta el partido cumbre de su carrera relajado.

Ha vencido ya la desconfianza que se cernía sobre él por su escaso historial como entrenador de club y las dudas que generaba tras sustituir a Jürgen Klinsmann. "No siento ninguna presión", aseguró igualmente.