«Hace 30 años había gente que decía Diocesano y lo primero que pensaba era Gerardo [Hierro]», rememora él mismo, que desde hace tres semanas dio un paso atrás para convertirse casi en un aficionado más. «A los que me decían aquello, yo les añadía que también José Luis Mohedano, porque sin él no hubiésemos podido existir», añade el histórico dirigente completando la anécdota.

El testigo lo ha recogido Alfonso Abreu, alumno en su día de Gerardo Hierro y del que desde hace varios años bebía de la sabiduría futbolística. «He intentado aprender todo lo que él nos ha ido enseñando», apunta el empresario cacereño, que elogia el gran equipo de trabajo que hay en el Diocesano, «gente que está aquí por ilusión, por afición, por ganas de ayudar». Todo es trabajo altruista, remarca. «Este club no lo veo sin gente que está ayudando sin ánimo de conseguir nada para sí mismo».

Hace ya mucho tiempo que a Hierro le rondaba por la cabeza la idea de dar un paso al lado. «Pero veía que la gente que venía detrás no tenía la unión necesaria». Empezó a percibirla hace un par de años y «poco a poco he dio aflojando la cuerda y dándoles más espacio». No ha sido un cambio improvisado, cuenta.

Ahora disfruta del fútbol de otra forma, de un modo diferente. «Antes, cuando no se ganaba, sentía mío el fracaso; ahora veo y digo ‘podemos mejorar en esto’. Soy crítico, sí, pero no juzgo ni sentencia», cuenta este maestro y entrenador («de todos los deportes») próximo a cumplir los 70 que, con gran orgullo, reconoce que aún se sigue considerando «un poco el ángel de la guarda» del Diocesano.

Objetivo, consolidarse

Se marcha feliz por dejar al juvenil en la cúspide (la División de Honor) y al sénior en Tercera. Su esfuerzo ha costado, sin duda. Y también mucho tiempo, robado principalmente a la familia. «La responsabilidad es ahora mayor, porque llegar más arriba parece complicado», bromea Abreu. «Nuestro propósito es consolidarnos, no tirar más para arriba, lo cual es difícil».

Su principal objetivo es, recalca, consolidar la base. «Con el sénior bien situado, hay que trabajar la base, gestionarla bien para conseguir que un día los niños lleguen ahí». Y cuando dice ahí, más que al equipo de Tercera (que también), se refiere al juvenil.

Esta temporada el club cuenta con más de 380 chavales, más de 380 rojillos dando patadas al balón. Con el Dioce más profesionalizado en su gestión y en el trabajo con los propios jugadores, el principal problema que afronta es la falta de campos de fútbol en Cáceres. No es nuevo, es casi un problema endémico de la ciudad.

La joya es el juvenil, sin duda («el podium», apunta Gerardo, «porque ahí es donde quieren llegar todos»), pero el sénior está brillando en su estreno en Tercera División. Con 21 jornadas disputadas suma ya 28 puntos, 11 por encima del descenso. «La clave» dice Abreu, «es que los jugadores son amigos entre ellos, pero la competencia que hay, sana, es bestial. En el fondo son como una familia». Como todo el Diocesano. «Esa es nuestra seña de identidad, que más que un equipo, siempre hemos sido una familia», recuerda el ya expresidente.

Más está sufriendo el juvenil de División de Honor, pero Gerardo no duda que se salvará y repetirá en la élite ¡por octavo año seguido!. «Quizás soy demasiado positivo, pero yo creo en mi gente, incluso en privado cuando les he tirado de las orejas». «Estamos teniendo mala suerte en los últimos minutos, podíamos tener cuatro o cinco puntos más», añade Abreu, que tampoco duda en conseguir el objetivo porque «es un equipo que está asentado y trabaja muy bien».

El único ‘pero’ es la afición, que no acaba de engancharse. Y eso que la sana rivalidad con el Cacereño ha revitalizado el interés por el fútbol en la ciudad. «Nuestro deseo», apunta Abreu al final de la conversación, «es que el Cacereño estuviera más arriba, donde se merece, porque eso sería bueno para el fútbol de Cáceres».