Algunos dicen que es un momento que contiene todo lo bueno de lo que una vez se creó y ahora acaba de destruirse; otros, que sería mejor dejarse de vivir de recuerdos para poder afrontar sin sentimentalismos vanos el futuro. En todo caso, hoy es 10 de mayo, hoy se cumplen once años del ascenso del Cáceres a la Liga ACB. Han pasado más de 4.000 días desde que Jordi Freixanet clavase aquella suspensión desde cinco metros y derrotase al Prohaci Mallorca (80-79). El mundo pareció acabarse bajo el techo de la Ciudad Deportiva y luego se inauguró un sueño en el que todas las sensaciones han convivido. El 10-V-92, el mayor lugar común del Cáceres, invita, como siempre, a la reflexión.

Todo Cáceres recuerda dónde estaba en ese momento, por mucho que no le interesase demasiado el baloncesto. Todo Cáceres --y Extremadura, cuando la idea tenía un barniz más regional-- pareció desviar los tiros libres de Mario Aguado que hubieran sido decisivos y empujar a Freixanet a certificar la quimera.

Aquel fenómeno sociológico está ahora en llamas y falta ver si la culminación del extraño ciclo ofrece una reformulación en positivo o sólo cenizas. De momento, por mucha deserción que haya habido en las gradas del lujoso multiusos en los últimos tiempos, ha quedado un irrebatible poso baloncestístico en una ciudad que hasta 1991 había seguido a su equipo poco menos que en familia. ¿Los milagros ocurren dos veces?