Escucho a Ismael Díaz en sus estertores como entrenador del Cacereño. En el fondo, me da un poco de pena su constante actitud a la defensiva, puesta de manifiesto especialmente en sus dos últimos meses, del todo funestos.

Insiste el asturiano en que ha habido una "campaña mediática" en contra de su propio club y, especialmente, contra su persona. Incierto. Inaudito. Ni el entorno ni los periodistas metemos goles. Que pregunte en su propia entidad a quién señalan como principal culpable del descenso y quién tiene una relación casi nula con sus compañeros.

Ha perdido el entrenador una pintiparada oportunidad para llevar a cabo un proyecto que, a la larga, le hubiera podido dar incluso la gloria, pero ya se ha visto qué equipo ha hecho y cuál ha sido el resultado. Que uno recuerde, ningún técnico de la historia más reciente del Cacereño ha trabajado con una confianza tan grande del que manda en el club. Y si no, miremos un poco hacia atrás: a Juanma Generelo le echaron cuando el equipo estaba invicto y a Angel Marcos después de ascender a Segunda B. Insisto en que ningún técnico lo ha tenido más fácil que él. Por ello el fracaso es superior.