Al Tour de la tensión, la emoción y los sobresaltos sólo le resta el paseo triunfal por los Campos Elíseos. Hoy, de nuevo, sonará en París el himno de Estados Unidos. Hoy, también, Lance Armstrong igualará un récord que parecía escrito antes de empezar la ronda del centenario, pero que mucho le ha costado conseguir. Hoy, el tejano igualará la plusmarca de los cinco Tours consecutivos que posee Miguel Induráin y se unirá al club de los grandes pentacampeones, de los que han vencido cinco veces en París. Lo hicieron antes, aunque no de forma seguida, Jacques Anquetil, Eddy Merckx y Bernard Hinault. Armstrong, Lance, el Terrible, ya está al lado de los más grandes en la más bella de las carreras ciclistas, aquella que arrancó un 1 de junio de 1903.

UN MINUTO DE RENTA

El Tour del centenario tuvo ayer el epílogo que se merecía después de las bellas batallas libradas por los parajes de los Alpes y los Pirineos, donde también hubo caídos, como en las guerras, como Joseba Beloki, de quien nunca se sabrá si habría sido capaz de hollar la cima que Jan Ullrich no ha alcanzado: tumbar a un Armstrong menos poderoso que otras veces. Por una vez, el alemán estuvo cerca, tan cerca que llegó a creérselo. Sólo su impaciencia, su alocado ataque en el ascenso al alto del Tourmalet, le privó de poner realmente contra las cuerdas a Lance Armstrong en la contrarreloj final.

El tejano tenía ayer un minuto de renta, tiempo suficiente, para administrar ante un rival que tenía la necesidad de arriesgar. Y así lo hizo. Y así combatió hasta que apuró demasiado la frenada en una curva a 14 kilómetros de la meta de Nantes. Allí se fue por los suelos, como le pasó a Beloki, el gran rival de Armstrong en el inicio de esta edición de la ronda francesa. Allí mismo se habían caído David Millar, vencedor de la etapa, y David Plaza, gregario del alemán. Allí, en aquella curva, se acabó el Tour más igualado de los últimos 14 años.

Llovía demasiado sobre Nantes. Y el agua se convertía en el mejor aliado del líder. Hacía demasiado viento en Nantes, tanto que la contrarreloj habría sido un calvario de haber soplado de cara, de haber frenado a los corredores, como quería Ullrich en su desesperado intento por ganar. Pero el viento sopló por detrás y los ciclistas volaron. Por ejemplo, cuando Ullrich se estampó por los suelos rodaba al increíble promedio de 56,9 kilómetros por hora. Hoy será segundo por quinta vez.