Un beso a Sheryl Crow y un abrazo con Robin Williams sirvieron ayer a Lance Armstrong para empezar a cerrar su sexto Tour consecutivo con colorido de película. El, y sólo él, ha sido el protagonista de la ronda francesa 2004. El resto ha bailado a su ritmo, ha cantado siguiendo su partitura y se ha sometido a la tiranía de su dominio. Absolutista. Ha ganado cinco etapas. Seis, si se suma también el triunfo del US Postal, su inquebrantable formación, en la contrarreloj por equipos de Arras. Ayer volvió a ofrecer una nueva exhibición. Le sacó un minuto a Jan Ullrich, que no subirá hoy al podio de París por primera vez en su carrera deportiva. Armstrong tendrá en los Campos Elíseos nueva compañía. El resto cambia, pero él sigue.

El ciclista estadounidense siguió ayer con su tesis de no ofrecer ningún regalo. Firme y fiero hasta el final. Intratable. Incuestionable. Imparable.

Armstrong volvió a ganar y, tras hacerlo, no se aventuró a comunicar su futuro. No hay dudas de que seguirá en activo. Pero no quiso hablar aún del Tour 2005. "Voy a cumplir 33 años y aunque nunca he disfrutado tanto sobre la bicicleta desde que tenía 12, aún no sé lo que haré el año próximo", dijo.

Ayer se clarificó el podio. Quedaba la duda de saber si Ullrich sería capaz de alcanzar a su compañero de equipo, Andreas Klöden, y hasta a Ivan Basso. Marcó los segundos mejores tiempos. Lo hizo, al igual que en Alpe d´Huez, casi perfecto. Casi... porque no puede, jamás podrá, con Armstrong. Y esta vez, tampoco pudo superar a su compatriota Klöden ni Basso.