Es la batalla de la psicología, cerca de las Ardenas belgas. Por unos pocos segundos, los que conseguirán hoy los triunfadores en las calles de Lieja, ni se ganará, ni se perderá el Tour 2004. Será un tiempo insignificante, una etapa sin importancia en el tiempo, de la que nadie se acordará dentro de 22 días cuando la ronda francesa acabe en París. Pero, en el presente, en el quehacer diario, el resultado del prólogo de hoy tiene una importancia vital. Es una cuestión de personalidad, unas pedaladas, a lo largo de seis kilómetros, para acobardar al resto y para demostrar a todos los rivales que la preparación para asumir el reto de la victoria es óptima, quizás, incluso, impresionante.

Por eso, hoy, Lance Armstrong, el pentacampeón que quiere un sexto Tour, desea salir victorioso. Le da igual que sea por un segundo. Pero quiere ser mejor que Jan Ullrich, que Iban Mayo, que Tyler Hamilton, mejor que todos... como en Luxemburgo, en el 2002, como en el Puy du Fou, en 1999, en el año que estrenó su ruta victoriosa.

"Quiero pensar en el día a día y no obsesionarme con el sexto triunfo", repitió el tejano en su presentación en Lieja. Y hoy, dice su entorno, está preparado para intentar noquear a los rivales.

Y así es porque Armstrong está rabioso, con sed de venganza. No es una cuestión personal con Ullrich, por quien siente atracción profesional y simpatía. El tejano ha percibido un aire adverso, contrario a sus intereses, sobre todo desde la aparición de un libro que cuestiona sus victorias e insinúa que, en un momento dado, pudo hacer uso del dopaje para mejorar el rendimiento. "Le ha encolerizado. Se ha encendido tanto con las insinuaciones, que aún se ha concentrado más en los entrenamientos y se ha mentalizado para volver a ganar en París", afirma una persona de su entorno.

POR LA HISTORIA Armstrong quiere callar las críticas con lo que sería una victoria histórica, un sexto Tour, lo que en su día no pudieron conseguir ni Jacques Anquetil, ni Eddy Merckx, ni Bernard Hinault, ni, desgraciadamente, Miguel Induráin, en 1996. "Para escribir lo que se ha escrito sobre mí --se defendió Armstrong, el jueves, en público, mirando a uno de los autores con aire desafiante-- hay que haber reunido muchas pruebas. Y me consta que el libro ha sido un trabajo de tres años. Y sólo han escrito insinuaciones. Nada más. Ni una prueba". El mencionado libro, L. A. Confidential, cuenta con el apoyo de una exmasajista de Armstrong quien explica como en una ocasión le fue a buscar unas pastillas, o le maquilló un brazo para que no se le notase un pinchazo.

Porque de pinchazos, insinuaciones, sospechas, no se libra nadie, al menos hasta que las ruedas empiecen a girar, hasta que comience la batalla de verdad, y se les exija a los ciclistas correr 21 etapas a tope, subir y bajar montes a ritmo infernal y se les mire mal y se les critique cuando desfallezcan. Es el terrible guión del deporte de alta competición, el que obliga a los corredores, como Armstrong, Ullrich, o cualquiera de los participantes del Tour más desconocidos, la prueba más importante, pero también más dura del mundo, que hoy cumple 101 años.

A las 19,08 horas partirá Armstrong, el último, un minuto después de Ullrich y cuando Hamilton, el exgregario que quiere robarle el trono de París y Mayo, la mejor baza española, estén cumpliendo los últimos kilómetros de un recorrido que callejea por el centro de Lieja, y donde el australiano Bradley McGee --vencedor del prólogo de París del 2003 y del prólogo del Giro 2004-- es el favorito.