No resulta tarea fácil compendiar la trayectoria futbolística de Miguel Ángel Ávila Rojas (Cáceres, 3 de octubre de 1981), ahora actualidad por su condición de entrenador de un Diocesano que tiene muy cerca el ascenso a Tercera. «No sabemos hacer otra cosa. Tenemos que salir a ganar», dice sobre el partido de vuelta en Talavera la Real. En la ida, 2-0 para los colegiales y favoritismo para el domingo.

Ya con siete años, «con don Gerardo (Hierro), a quien tengo tanta admiración, al igual que a José Luis Mohedano» jugaba y estudiaba en el Dioce. Ávila apunta que «debe mucho» a ambos, pero lo que tiene --y lo que tuvo-- es fundamentalmente gracias a su incuestionable pasión por el balón, ese que tan bien dominaba un tipo espigado que llegó a ser el exponente de un ramillete notable de jugadores locales.

El técnico tuvo que dejar el club «porque no había equipo juvenil», algo que no podría ocurrir ahora. «Yo hubiera querido seguir, pero no podía ser». Y por ello compaginó un equipo de su barrio, «orgulloso de ser de Aguas Vivas» y el Cacereño. «Con el filial me divertí muchísimo», recuerda de entonces. Con José María Patrón, en efecto, disfrutó, en el segundo equipo verde, y en una temporada llegó a concidir «con una generación que no se supo aprovechar como creo que se podía haber hecho». Echando un vistazo al equipo puede estar en lo cierto: David Rocha, el malogrado Fali («hubiera llegado arriba, creo», dice con mirada emocionada), Luismi, Guy, Tomás, Toni, Juanma Morán...

«No ha habido una igual», recalca. «Se perdió una gran oportunidad de hacer un gran equipo entonces». Un grupo prácticamente adolescente con talento que pudo ser y no fue, salvo en casos muy puntuales como el de Rocha, ahora en el Oviedo, en Segunda.

«Ascendimos a Tercera, pero como el primer equipo estaba ahí pues no se pudo subir», relata. En la segunda temporada, con Vicente Parra al frente, también estuvieron arriba. Entonces sí subió el Cacereño de Ángel Marcos, en el que sobresalieron Enrique Ortiz y Crespo. Sobre Marcos dice estar «muy agradecido, pues he aprendido mucho de él».

Después el equipo subió a Segunda B y se marchó a Plasencia. «Era muy joven y no tenía sitio...», dice con humildad, aunque con un halo de lamento. A la capital del Jerte viajaba con sus amigos Romero y Rai.

Llegó lo mejor para el Ávila futbolista, al marcharse al Díter Zafra, con Antonio Martínez Doblas, Marcos y Aitor Bidaurrázaga, «una grandísima persona». Y entonces sí, sí triunfó y tuvo la oportunidad de jugar en la categoría de bronce. «Ascendimos con un gol mío contra la Balona, con 8.000 personas en su campo». Pero con Rafael Rincón Rus, la temporada siguiente, «no tuve muchas oportunidades».

Y a la temporada siguiente, afirma, «me equivoqué». Por amistad con Juan Ojalvo, volvió a un Cacereño entrenado por Miguel Ángel Mateos. Y jugó en Tercera. «No di el rendimiento que podía dar», lamenta. El equipo verde fue octavo en una temporada para el olvido de todos.

Otra vez fuera

A partir de ahí, inició otro periplo fuera. Firmó por el Ceuta, pero terminó descendiendo en un año con Jaco Zafrani de técnico. Después, retornó a la región de la mano de Juan Marrero y su Imperio, en el que militaban Edu, Pedro José o Lauri; Sporting Villanueva, con Prinoz y después Adolfo Muñoz; La Estrella, con Abel Camacho, Coria, con Javier Moreno, actual entrenador del Arroyo... y Malpartida, de la mano de Oñi, vieron sus últimos años como futbolista.

«Yo tenía que seguir vinculado al fútbol. Lo tenía claro». Y es por ello que se preparó y en el Diocesano «me llamó Emiliano» para liderar a dos equipos de la base, un alevín y otro juvenil. Y desde ahí, al actual. Seis temporadas ya dentro de la estructura del club colegial, las tres últimas en el que comanda con indudable éxito: tres fases de ascenso y en ésta más cerca de subir que nunca. «Mi ilusión es seguir y subir. A nivel personal es una satisfacción tremenda, sobre todo por el grupo de chavales que tengo, que me está demostrando que son extraordinarios», dice con orgullo. Y no tiene duda: ««podemos jugar en Tercera». Ahí tiene a Iván, con 16 años o Joserra con 17, «en un equipo con mucho margen de mejora», analiza.

¿Él como entrenador? «Estamos en un mundo difícil, pero me gustaría tener oportunidades», dice. ¿En el Cacereño, donde no pudo triunfar en el césped? Por qué no. Esa es otra historia. Avila, que trabaja en una tienda de ropa y taller de costura familiares, mira a otro lado. Tiene que ganarse la vida fuera del fútbol. Pero de momento disfruta. Su mujer, Cristina, médico ceutí, «me apoya siempre». Esa también, la personal, es otra historia. Es el hombre feliz que estos días sueña.