No habrá récord. Ni grandes titulares. Ni tampoco una prima especial de un millón de dólares, como había prometido Speedo. Michael Phelps es un gran nadador, tiene el perfil de una estrella, pero aún no está a la altura de una leyenda como Mark Spitz. Ayer perdió el último tren para igualar el récord de siete medallas de oro que consiguió su compatriota en Múnich-72 y a las que aspiraba en estos Juegos. Su tope mengua cada día. Ya sólo podrá ser de seis, y una, la del relevo del 4x100, será de bronce. Phelps empieza a bajar a la tierra.

EL VENCEDOR El australiano Ian Thorpe salió vencedor de la batalla de los 200 metros libre, la prueba que acaparaba todo el morbo de estos Juegos, la cita más esperada, un pulso entre las tres grandes estrellas de la natación mundial: el propio Thorpe, el holandés Pieter van den Hoogenband, todo un especialista de la velocidad, y Michael Phelps. Ese fue el orden de llegada.

"Estoy muy satisfecho con esta carrera, encantado", aseguró Thorpe, puño al aire lanzado con rabia, sonrisa de felicidad, que se convirtió ayer en el nadador más laureado de su país en unos Juegos, gracias a las cinco medallas de Sydney (tres oros, una plata y un bronce) y el oro de la primera jornada en los 400 libre. Se reivindicó a sí mismo, acallando a quienes le auguraban un declive prematuro.